Por István
Ojeda Bello
Después de
filtraciones mal disimuladas, Barack Obama informó que estará en La Habana el
21 y 22 de marzo. Obviamente tanto él y sus asesores sopesaron la correlación
costo-beneficios de esta decisión y han concluido que las ganancias serán
mayores que las pérdidas.
Más de una
vez los medios de comunicación en Estados Unidos fungen como mecanismos de
evaluación de la factibilidad de una acción por parte de sus políticos. Ahora
no ha sido la excepción pues la noticia ya era viral desde la noche del jueves
17 de febrero, cuando la cadena ABC lo anticipó citando fuentes anónimas
cercanas al Ejecutivo.
Antes, en
enero, The New York Times había dicho que el Archipiélago podría incluirse en
la gira presidencial por Latinoamérica. En diciembre, el propio presidente
manifestó ante Yahoo Noticias sus intensiones al respecto pero aclarando que lo
haría partiendo del principio de poder reunirse con quien estimara conveniente.
Eso provocó
que Cuba, a través de Josefina Vidal, directora general de Estados Unidos del
Ministerio de Relaciones Exteriores, respondiera que nuestro gobierno no
negociaría “cuestiones inherentes al ordenamiento interno del país, a cambio de
una mejoría o de una normalización de
las relaciones con Estados Unidos”. Esa declaración fue reiterada tras saberse
que el arribo del presidente tiene días definidos.
¿Obama y su
equipo han entendido que deberán ser sobrios en sus comentarios y acciones si
es que quieren que la visita sea un éxito?
Veremos. Aunque las primeras señales anticipan que apelará a la simpatía
que genera su imagen pública y que tratará de legitimar a su mercenariado
interno en los programados contactos con la sociedad civil, un concepto que
para Cuba y EE.UU. tiene sentidos opuestos.
Otros
mensajes muy claros del actual ocupante de la Oficina Oval estarán dirigidos
hacia los propios Estados Unidos y el resto del mundo.
Al comentar
el anuncio del viaje The Washington Post especuló que la fecha escogida tendría
además el propósito de que el estadista coincidiera en La Habana con el momento
de la firma del acuerdo de paz definitivo entre el gobierno colombiano y las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Si bien esto probablemente
no ocurra en esos días, sí podríamos escuchar un nuevo espaldarazo de Obama a
su aliado, el presidente Juan Manuel Santos, justamente desde el sitio donde
tienen lugar las negociaciones.
Con esta
acción la Casa Blanca les está diciendo a los representantes de la ultraderecha
de origen cubano que el cambio de método con Cuba llegó para quedarse. Incluso
en el peor de los escenarios el presidente estaría pasando a la historia y eso
vale mucho si hablamos de su legado.
Electoralmente
hablando, a la altura del 21 de marzo el panorama tiene amplias probabilidades
de haberse despejado lo suficiente como para impulsar la plataforma demócrata,
porque el grueso de la primarias en los estados ya se habrán realizado,
incluyendo Florida, que las hará un semana antes.
Seguramente
será en este último sitio donde el asunto podría ser usado por el, o los,
candidatos republicanos que sigan en carrera para denostar al gobierno
demócrata por lo que consideran una concesión más a Cuba. Sin embargo, los
estrategas de la Administración parecen haber concluido que ni siquiera esas
eventuales críticas les harán demasiado daño al Ejecutivo y a los aspirantes de
su partido, quienes coinciden en su política al respecto.
Además del
lado republicano siguen creciendo los partidarios de este acercamiento con La
Habana y las encuestas corroboran el abrumador apoyo de los votantes de origen
cubano a la normalización de las relaciones.
Desde que
John Calvin Coolidge Jr. asistiera a la VI Conferencia Internacional de Estados
Americanos celebrada en La Habana en 1928, ningún otro norteamericano que haya
sido presidente pisó suelo cubano durante el ejercicio de su cargo. Richard
Nixon y John F. Kenney, que también llegaron a la primera magistratura
estadounidense estuvieron en Cuba en la década del 50 en calidad de
vicepresidente y senador, respectivamente. James Carter vino dos veces a La Habana
(2001 y 2011) pero ya para ese entonces había terminado su mandato.
De manera que
la notoriedad del viaje de Obama es incuestionable pues con su presencia
reiterará el reconocimiento de Washington a la legitimidad de la
institucionalidad creada por la Revolución Cubana en vida de la generación
histórica que la guió. Eso pesa mucho por cuanto Cuba no ha cedido en
cuestiones de principios y refleja la intensión de su Administración de
continuar moviéndose hacia el fin efectivo del bloqueo.
No obstante
no debemos esperar grandes anuncios ni un giro brusco en el actual perfil del
presidente norteamericano hacia la Mayor de las Antillas. Su estancia aquí
apenas estaría apuntalando las ideas de una parte de la clase política de su
país que por encima de filiaciones partidistas, indudablemente sabe de la
urgencia de evolucionar hacia posturas más sutiles en su conflicto histórico
con Cuba.