Son numerosos y heterogéneos los «virus» que contaminan hoy
al discurso periodístico escrito. Uno de los más nocivos es el llamado «lugar
común». Por estos giros debemos entender el uso indiscriminado de argumentos,
análisis y juicios que gastaron toda su capacidad de sugerencia de tanto
repetirse y repetirse. Ninguno es capaz de ofrecer ya una visión objetiva sobre
un tema. Como funcionan en cualquier contexto, tampoco ayudan a comprender bien
aquello de lo que se habla, pues su simpleza aburre al lector culto y confunde
al lector ocioso.
Comenzaré con un ejemplo bastante frecuente: «masivo acto».
¿Dice realmente algo tan simplista y ambigua manera de describir una reunión de
cierta cantidad de personas? ¿Logra alguien hacerse una idea más o menos exacta
de si fueron cien o mil los participantes? Definitivamente, no. Y eso es porque
nos hemos acostumbrado a emplear la frase con análogos propósitos tanto cuando
cubrimos una graduación estudiantil de como cuando reseñamos una rendición de
cuentas de un delegado.
Otro caso notorio es el de «merecidas vacaciones». Decimos:
Fulano de Tal no pudo estar presente en la actividad porque se encuentra disfrutando
de unas merecidas vacaciones. El lector avezado se pregunta al vuelo: “¿le
consta al periodista que esas vacaciones son merecidas? ¿Por qué las califica
con esa seguridad? ¿No sería más sensato limitarse a decir que la persona en
cuestión está, sencillamente, de vacaciones?”
Podría citar un rosario de ejemplos de parecidos. Todos, sin
excepción, padecen el mal de la pobreza léxica y del acomodamiento estilístico.
He dejado de tener en cuenta al entrevistado que me pretenden vender en
titulares como... «un digno ejemplo». Sí, asumo el riesgo de que tal vez esa
persona lo sea. Pero, ¿acaso no se le endilgan esos mismos epítetos a cuanto
interlocutor más o menos destacado aparece en las páginas de nuestras
publicaciones? ¿Por qué abusar de un enunciado cuyo empleo debe reservarse solo
para casos excepcionales? Quien se limite a cumplir con sus deberes puede ser
un buen ejemplo, pero no necesariamente un digno ejemplo, que es un
calificativo de talla mayor.
Pregunto: ¿a quiénes se les activan las papilas gustativas
cuando leen «aromático grano» en un material periodístico referido al café?
¿Alguien siente deseos de tomarse un vaso guarapo cuando la letra impresa
insiste en imponernos el giro «dulce gramínea» en alusión a la caña de azúcar?
¿Quién le concede más importancia al agua, solo porque los periodistas nos
referimos a ella como al «líquido vital»? ¿Acaso alguno ha tenido sudoraciones
al posar la mirada sobre la frase «ingentes esfuerzos»? ¿Cuántos no hemos
criticado el eufemismo «larga y penosa enfermedad» con que hacen referencia a
algo que se llama simplemente cáncer?
Y así «combativa demostración», «éxito extraordinario»,
«conducta íntegra», «trabajador incansable», «demostración de duelo», «fervor
patriótico», «combativo acto», «luctuosa ceremonia», «cálidos elogios»,
«sentido pésame»... Vale acuñar frases que rompan con la monotonía lingüística
y contribuyan a darle color y variedad al idioma. Pero, ¿hasta cuándo vamos
recurrir a su uso para describir siempre similares circunstancias? ¿Hasta cuando
les vamos a dar voz para después, en un acto de cruel «lengüicidio»,
condenarlos a la mudez semántica?
Otro vicio es la
adjetivación. «Los adjetivos son las arrugas del estilo», dijo Saramago en un
lúcido ensayo sobre el idioma. Cuando los insertamos sin razones justificadas,
abruman y confunden. El buen periodismo se caracteriza por la parquedad en su
uso, y solo apela a ellos para escoger los más concretos, simples, directos y
definidores. Si calificamos a cualquiera de excelso, fantástico, eminente, incomparable,
ilustre, insigne, notable, magnífico..., ¿qué dejamos después para las
personalidades de primera línea? Como dijo una colega en la página cultural del
semanario Trabajadores, “... ¿qué le decimos entonces a Pavarotti?”
Las llamadas muletillas también se las traen. Son frases
improductivas, inútiles que no le aportan absolutamente nada ni a las ideas
desarrolladas en la cuartilla ni al discurso periodístico propiamente. Todos
los que ejercemos la profesión hemos incurrido alguna que otra vez en su
nefasto uso. Les pondré algunos ejemplos: «asimismo», «en otro orden de cosas»,
«por otra parte», «ahora bien»... Pruebe a eliminarlas y advertirá que la
redacción adquiere más fuerza y más elegancia sin la presencia de semejantes
rémoras. Debemos estar siempre alertas contra ellas, pues, a pesar de
someterlas a vigilancia, suelen deslizarse muy fácilmente.
Por Juan Morales Agüero