Nuestro periodismo deportivo nació vestido de pelotero a
fines del siglo XIX. A aquella época se remontan las primeras reseñas
publicadas en Cuba en caracteres impresos. La disciplina era llamada entonces
pelota americana, por sus nexos con Estados Unidos, su país de origen. Luego
debutó la expresión base-ball, cuya pronunciación, béisbol, se españolizó y
perdura hasta hoy. Aunque por acá preferimos llamarle, simplemente,
pelota.
Fue el cronista Víctor Muñoz quien primero intentó
españolizar parte de la terminología inglesa del béisbol desde las páginas del
diario El Mundo. Así, en sus glosas, él escribía jonrón y corrido y bateo en
lugar de home run y hit and run. Pero -¡ay!-, más de un siglo después, aún
persisten en su idioma original frases como fielder choice y squeeze play, a
las que no se les han hallado variantes en español capaces de estandarizarse.
La originalidad de Muñoz dio lugar a la crónica deportiva de
vuelo literario. Su fantasía creó imágenes de marcada hermosura y lirismo, como
«abanicó la brisa», referida al bateador cuyo swing no logra hacer contacto con
la pelota. Otro grande fue Eladio Secades, con su estilo elegante desde la
sección deportiva de Bohemia. Ni qué decir de Bobby Salamanca, un referente de
cubanísima originalidad en la narración radial.
El uso de extranjerismos ha sido una constante en el
periodismo deportivo cubano, pues ciertas disciplinas surgieron en países con
idiomas diferentes al nuestro. De ahí que hayan mantenido, con escasa
variación, su terminología original. Es el caso del judo, cuyas definiciones
técnicas son casi imposibles de reemplazar en una narración por equivalentes en
español.
Sin embargo, y a pesar del secular esfuerzo por configurar
en ese terreno una manera de decir que exhiba como sustrato lingüístico el
español, últimamente se aprecia cierta tendencia a recurrir de nuevo a
locuciones en inglés para identificar o describir situaciones concretas que ya
tenían denominaciones en nuestra lengua. «Es la globalización», me aseguró un
amigo. «Es la actualización», certificó otro. «Es un esnobismo», dije yo.
Una de las más notorias es ace (se pronuncia eis), usada hoy
en voleibol y heredada del tenis. Se trata de una acción de saque a la que
conocimos siempre, sencillamente, por «punto directo». También irrumpieron en
la malla alta expresiones sajonas como set point y match point, contextos
parciales y finales en el juego a los que antes llamábamos con un castizo «la
puntilla».
En Cuba toda la vida referee (se pronuncia réferi) fue la
persona encargada de impartir justicia en el boxeo. Pero de un tiempo acá
escucho denominar también así al árbitro principal de fútbol. Hay más: en la
descripción de algunos partidos, nombran stopper a los jugadores de la línea
defensiva, a las que antes se llamaban, simple y llanamente, defensas. Si se ha
logrado imponer tiro de esquina sobre corner, y fuera de juego sobre off side,
¿por qué apelar entonces a esos anglicismos?
El baloncesto (nacido basketball), instauró desde su
aparición su repertorio inglés. Así, las posiciones de los jugadores en la
cancha se nombraron guard, forward y pivot. La práctica los españolizó y
pasaron a llamarse defensa, delantero y centro. La globalización les varió los
nombres. Ahora se habla de escolta, alero, ala-pivot, base… Bien, aceptado. Pero
hete aquí que en ciertas transmisiones oí de nuevo guard y forward. Y time out
para definir lo que siempre fue «tiempo técnico». ¿Por qué?
Advierto que no exhorto a conservar nuestra usanza
periodística deportiva dentro de una urna alcanforada a imagen y semejanza de
las momias de museos. La lengua es un organismo vivo que se actualiza
contantemente y su dialéctica debe estar siempre por encima de chovinismos
idiomáticos de cualquier naturaleza. Tampoco tengo nada contra el idioma
inglés. Por el contrario, una de mis frustraciones es no haberlo aprendido
desde pequeño.
Pero, como dijo recientemente la lingüista María Luisa
García Moreno, «es humano aferrarse a lo que sabemos; pero sin olvidar que las
palabras reflejan nuestro modo de ser, nuestra idiosincrasia. A los
trabajadores de la prensa y las comunicaciones, nos toca la primera trinchera
en la defensa de nuestra lengua materna: hablemos, pues, un español a lo
cubano».
Por Juan Morales Agüero