En la historia de la locución tunera ningún nombre compite
en popularidad y carisma con el de Rafael Urbino Santoya, aquel fenomenal
hombre de radio que hizo de la voz y del micrófono las razones de su
existencia.
Desde que falleció hace ahorita 20 calendarios, nada ha vuelto a
ser igual en el éter de la provincia, afligido quizás por la desaparición de
quien fue una de las figuras cubanas más relevantes de la profesión en
cualquier época.
Hoy he recordado a Urbino especialmente, por ser el primero
de diciembre el Día del Locutor. Como ocurre cada año, todas las peñas del
gremio lo citan y lo admiran como paradigma para los que comienzan. El consenso
es generalizado: cuando se habla de su estirpe, dicho en buen cubano, hay que
quitarse el sombrero. Hoy en Radio Victoria, la emisora provincial, su nombre
ha sido de nuevo recurrencia en cada programa y espacio informativo
A Urbino me parece verlo caminar por el parque Vicente
García con el paso lento de quien nunca tiene prisa, mientras saludaba a cuanta
persona se le cruzaba en el camino. Aquel grandulón de más de seis pies de
estatura y sempiterno tabaco entre los labios jamás dejó de identificarse con
su pueblo. Desde la cabina de transmisión extendió un hilo conductor hasta sus
oyentes, quienes adoraban su originalísima manera de actuar y de decir.
Los carnavales tuneros eran la ocasión para que Urbino
mostrara las dotes del comunicador y de guasón que siempre fue. Entonces su voz
devenía música, alegría, carcajada, incentivo para el esparcimiento... Su
proverbial capacidad para crear frases célebres parió aquella «... una buena
piba fría en el león pelao» para referirse a una perga llena de cerveza helada
adquirida en los termos gigantes que solían emplazarse cerca del parque Maceo.
Ante el micrófono su actuación profesional rozaba la
frontera de la excelencia, con su voz grave y fuerte, capaz de desdoblarse en
una variada gama de matices así fueran
de alegres o trágicos las motivaciones que la convocaran: desde ambientar con
ritmos populares la producción para un festejo familiar hasta radiar un mensaje
con el anuncio de un fallecimiento en un humilde barrio. Nadie -ni antes ni
después- lo supo hacer como él.
Diré una perogrullada, pero no encuentro nada mejor para
referirme a este hombre poco común: quien pretenda escribir la historia de la
radio en Las Tunas no puede obviar el legado de Rafael Urbino Santoya, más que
locutor, auténtico referente del micrófono. Tan honda huella dejó que una
cátedra tunera de radio ostenta su nombre y también se premian con él los
honores por la Obra de la Vida. ¡Qué
gran homenaje, gran hombre!
Por Juan Morales Agüero