jueves, 17 de enero de 2019

El runrún sobre lo malo que estaba el transporte para ir a la playa era la comidilla popular. Y cuando el río suena, es porque aguas trae. Así que él y ella dejaron la cama con el alba. Dicen que no por mucho madrugar amanece más temprano. Pero también que a quien madruga, Dios lo ayuda. Entonces, por si las moscas, llegaron oscuro a la desierta parada.

Con los primeros claros, el lugar se atiborró de gente. Pasó una hora, dos, tres… ¡y nada sobre ruedas! Un refrán reza que el que espera, desespera. Y así estaban ellos: ¡desesperados! Consideraron retornar a casa y aplazar el viaje para otra ocasión. Pero no, ¡para atrás, ni para coger impulso! Como no hay mal que dure cien años, llegó un camión. «¡A ver, vayan subiendo con la plata en la mano!», gritó el chofer.
Él la exhortó a subir antes de que encima del vehículo no cupiera un alfiler. Ella –¡genio y figura…! –contestó que prefería aguardar por algo más cómodo. Él le advirtió que más vale pájaro en mano que cien volando. Ella volvió a decir que no. «La luz de alante es la que alumbra», insistió él. Ella sacudió la cabeza. El camión cargó hasta el tope y se fue.
Al mediodía aún permanecían allí. Tal vez por aquello de que rectificar es de sabios, ella se excusó por haber rechazado la opción del camión. «Tranquila, agua pasada no mueve molino, así que a lo hecho, pecho», le dijo él. Y, como en ocasiones lo que sucede conviene, un Lada color gris les frenó en sus cercanías. Su chofer bajó y casi se desgañitó gritándole a alguien para que se apurara.
La suerte es loca y a cualquiera le toca, por lo cual los dos corrieron. Pero no era a ellos a quienes llamaban, sino a otros «botelleros», quizás amigos, o parientes, o vecinos, o colegas, o vaya usted a saber qué del hombre del auto. «Quien tiene padrino se bautiza», rumió él. Pero a quien Dios se lo dio, San Pedro se lo bendiga.
La impaciencia empezó a acosarlos. Empero, siempre que llueve escampa, y a la tercera va la vencida. En medio del desánimo apareció un ómnibus. A puro empellón, él y ella se abrieron paso entre quienes pugnaban por subir. Kilómetros después, les asombró ver aparcado en medio de la carretera al camión de la historia. «¡Poncha´o!», voceó uno. «Vaya, no van lejos los de alante si los de atrás corren bien», murmuró otro. Y un tercero atestó que no hay mal que por bien no venga.
Cuando, finalmente, la guagua se detuvo cerca del mar, él bajó y, antes de que otros se le adelantaran, se apresuró en ocupar una de las sombrillitas de la orilla. «¡Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente!», dijo para sí. Después, con la ayuda de ella, aseguró los bultos, porque «se cuentan cada cosas…», y más vale precaver que tener que lamentar.
Antes de zambullirse fue al bar. Los precios lo petrificaron. Pero -¡total!-, una vez al año no hace daño. «Una caneca de Habana Club y dos refrescos», pidió. «Ron sí, pero refrescos no hay ni en los centros espirituales», dijo el barman. «¡A otro perro con ese hueso!», musitó. Afuera del bar, un sujeto se los propuso al doble de su costo.Siempre que sucede igual pasa lo mismo: a río revuelto, ganancia de pescadores.
El tiempo perdido hasta los santos lo lloran, así que… ¡al agua! Él y ella galantearon, evocaron, prometieron, bebieron y se dejaron tostar por el sol y la sal. «En el mar la vida es más sabrosa», dijeron. Al reclamo de sus estómagos, fueron a almorzar. El restaurante resultó más rollo que película: ¡ningún plato con pescado! El refrán nunca falla: en casa del herrero cuchillo de palo. Pero cuando hay hambre, no hay pan duro. ¡Comieron!  Y barriga llena, corazón contento.
Con un sol que rajaba piedras y sudando a mares regresaron a su sombrillita en la arena. Se la habían encomendado a sus vecinos de ocasión, a todas luces buenas personas, aunque sin perder de vista los bultos, porque en la confianza está el peligro. Les agradecieron y compartieron con ellos café y dulces traídos de la casa. ¡Haz bien y no mires a quién!
Atardecía cuando resolvieron darse otro baño. Pero el cielo empezó a nublarse y él propuso salir antes de que se desatara el temporal. Ella dijo que la lluvia no era inminente. Aún así, como no hay peor ciego que el que no quiere ver, y como más sabe el diablo por viejo que por diablo, salieron.
Empacaron de prisa y fueron a buscar algo en qué regresar a casa antes de que anocheciera. El dueño de un «almendrón» les propuso hacerlo por una cifra de infarto en moneda nacional. «No, hasta allá no llegamos», reconoció él. Más allá, otro conductor devino el mismo perro con diferente collar.
Un sujeto de aspecto honrado –¡cuidado, que el hábito no hace al monje!- se brindó para llevarlos en un Hyundai. «¿Cuánto cobras?», inquirieron. Les respondió con un tímido y engañoso «20 pesos». Pensando que era una ganga, accedieron. Ya a bordo, el chofer les advirtió: «20 pesos son 20 CUC».
Y en ese momento de desconcierto, irritación e impotencia,  él no tuvo mano un buen refrán para responderle.
Por Juan Morales Agüero

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