Algún «jodedor cubano», de los que tenemos suficientes como cadenas genéticas, decía por estos días que los noticiarios nuestros les estaban resultando muy «apetecibles» en medio de la pandemia, porque favorecían una sorprendente variedad de situaciones dramáticas, desde las más amorosas y sublimes hasta las más sórdidas.
Zanjó su ironía aduciendo que era como si estuviesen
estructurándose esos espacios en base a la famosa y tan discutida teoría del
dramaturgo veneciano Carlo Gozzi. Este último, al indagar en todas las
situaciones dramáticas posibles en el teatro y la literatura determinó —muy
matemáticamente—, con un concluyente 36.
Pasó el tiempo y un águila por el mar —como se dice
popularmente—, y después de olvidos y negaciones la famosa lista de Gozzi
resultó reivindicada por el escritor francés Georges Polti. Después de una no
menos exhaustiva inmersión, este coincidió en que son 36 las situaciones
dramáticas posibles porque 36 son las emociones humanas básicas.
Hasta aquí la «clase de dramaturgía», que solo viene a
«cuento» por la sencilla razón de que es cierto que los noticiarios, planas y
los más diversos espacios tradicionales y virtuales de los medios públicos
cubanos dispararon tremendamente sus audiencias.
Esto último es una espectacular fortuna para el equilibrio y
sensatez que demanda el funcionamiento de cualquier sociedad en medio de esta
no menos dramática e insólita situación sanitaria, humanitaria, política,
económica y social mundial, cuyos desenlaces integrales son todavía —pese a predigistadores
y vaticinios disímiles—, un duro suspenso.
Vale la pena subrayar que en situación de tanta
vulnerabilidad para la salud en el país —agravada por recurrentes y malsanos
sainetes políticos y comunicacionales contra la Revolución—, el sistema de
prensa cubano está alcanzando su mayor brillo y ofrece sensibles señales de
responsabilidad social, el carácter ético de la profesión, su indeclinable
vocación de servicio público y capacidad de respuesta ante imprevistos y
requerimientos de innovación y cambio.
Ahora bien, tiene razón el «jodedor» de turno al referir que
no faltan giros inesperados en la dramaturgia de los noticiarios y otros
espacios estelares; entre estos la serie de hechos delictivos que han irrumpido
en las últimas semanas; algo bastante inusual para los estándares sobre estos
temas en nuestra prensa.
Este es del tipo de asuntos, como otros que se barajan a
diversas instancias nacionales, que merecen una detenida consulta
post-pandémica, si apostamos a una sociedad libre del presente y de otros más
antiguos y muy perniciosos y hasta mortales covids, algunas de cuyas úlceras se
nos hacen más visibles y dolorosas hoy.
La apertura en el tema es importante, considerando los
«cuidados intensivos» con que los asumimos a lo largo de la Revolución.
Alejándonos del sensacionalismo y la espectacularidad humillante y enajenada
del capitalismo nos desbocamos a un puritanismo enmudecedor, que favoreció no
pocas distorsiones y desajustes.
Todavía en la actualidad, mientras las nuevas tecnologías hacen
imposible evitar la expansión social de determinadas noticias, por dolorosas
que estas sean —incluso, mientras más dolorosas son igual de expansivas y mejor
requeridas de explicaciones y profundizaciones—, resulta complejo acomodar
nuestra visión editorial al nuevo escenario.
Cuando nos dejamos arrastrar a esas incoherencias ignoramos
que hay hasta una «matemática» de la corrupción, uno de los delitos que
reflotan ahora y de los más costosos y corrosivos para Cuba, porque están
emparentados —ya está suficientemente reconocido—, hasta con la
contrarrevolución.
C = M + D – T es la famosa ecuación de Robert Klitgaard.
Para este académico de la universidad de Harvard —estudioso de esos fenómenos—
la corrupción es igual a monopolio más discrecionalidad, menos transparencia,
una ecuación —mírela detenidamente— muy útil para cualquier sociedad, con
independencia de colores ideológicos o políticos.
«No importa si la actividad es pública, privada o sin fines
de lucro, o si es en Nueva York o en Nairobi, tenderá a haber corrupción allí
donde alguien tenga poder monopólico sobre un bien o un servicio, pueda decidir
discrecionalmente a quién entregárselo o en qué proporción, y no tenga que
hacerse responsable ni rendir cuentas de ello», afirma.
Otros analistas del tema han demostrado que a mayor
discreción burocrática ocurrirá mayor corrupción. En definitiva, en cualquier
geografía coinciden en que para evitar este preocupante fenómeno universal se
requiere eliminar al mínimo la discrecionalidad de las decisiones que afecten a
los ciudadanos y acentuar los sistemas de funcionamiento que conduzcan a la
transparencia, una palabra heredera de tantas sospechas, pero tan sanadora en
estos complejos tiempos.
Un sistema de prensa blindado por el crédito y la autoridad
ante sus públicos semeja un enorme respirador social, con independencia de las
insatisfacciones que podamos tener y que cristalizan en la búsqueda de un nuevo
modelo de prensa pública para el socialismo cubano.
No es casual que entre los principios que rigen la
administración pública estén el control y la responsabilidad. Una sociedad que
aspire a la limpieza ética y la moral pública no puede descuidar ninguno de los
tipos de control —o privilegiar unos en detrimento de otros—, incluyendo el
popular, del que debe formar parte la prensa.
De ahí la relevancia de que esta apertura en los temas
delictivos sirva para tratarlos con toda la profesionalidad, profundidad y
ética que corresponden, evitando cualquier tentación amarillista o efectismo desproporcionado,
en detrimento del valor informativo, el razonamiento profundo y la función
educativa y de movilización de la opinión pública.
Solo así la inusitada serie de nuestros noticiarios, que se
arrastra de otras epidemias, nos dejará los suficientes tonos dramáticos de
humanidad, civilidad, legalidad y decencia.
Por Ricardo
Ronquillo (Cubaperiodistas)