De un tiempo acá me he percatado —¡y alarmado!— de cómo cierta palabreja advenediza y malsonante conquista cada vez más adeptos y forcejea por ganarse un espacio en el discurso público. Pero fue el mensaje de un lector preocupado quien me animó a escribir sobre el asunto.
“Hola. Le escribo para saber dónde puedo buscar explicación
sobre el uso actual de la palabra ´aperturar´, si es un invento cubano, si
existe realmente... Porque muchas personas han comenzado a usarla... ´Vamos a
aperturar un hotel´, ´vamos a aperturar un cine´, ´se va a aperturar un
restaurante...´ ¿Ya la palabra ´abrir´ pasó de moda? Saludos. Luis”.
Al turbado lector le contestó en mi lugar la Real Academia
Española, que, en su Diccionario Panhispánico de Dudas, advierte respecto a
esta aberración léxica: “Su uso no está justificado y debe evitarse”. Con su
recomendación, la que limpia, fija y da esplendor no presume de petulante ni de
puritana. ¡Exhorta al sentido común! ¿Qué necesidad hay de imponer lo
innecesario y de reinventar lo inventado?
Cuando escucho o leo “aperturar” en los más variopintos
entornos de la comunicación me pregunto si quienes insisten en darle
legitimidad lingüística ignoran la existencia del verbo “abrir” para referirse
a la inauguración de algo. “Abrir un nuevo gimnasio“, o “abrir un agromercado“,
o “abrir una cuenta bancaria... “¿Coinciden conmigo en que es más precisa,
sensata y entendible esta manera de decir? Incluso, ¿están de acuerdo también
en que se escucha mejor? Apertura es un sustantivo cuyo significado es “acción
y efecto de abrir”. Pero algunos esnobistas se empeñan a ultranza —y “a la
cañona”— en convertirlo en verbo.
Cierto es que la lengua es un organismo vivo en constante
evolución. Si no fuera así, languidecería y desaparecería. Pero esta verdad de
Perogrullo no significa per se crear por crear. Disponemos de un registro
idiomático no solo hermoso, sino también abundante. La aparición de una nueva
palabra solo se justifica cuando se carece de otra mejor para definir algo tan
común como, por ejemplo, abrir.
El lenguaje no lo construyen los sesudos lingüistas de la
Real Academia, sino los hablantes, y casi nunca proceden con arreglo a normas
ni a cánones. En consecuencia, si el uso de “aperturar” llegara a hacer
metástasis en nuestros códigos comunicativos —sospecho que ese riesgo es real—,
su irrupción en los diccionarios terminará por aceptarse.
El filólogo madrileño Fernando Lázaro Carreter (1923-2004),
quien presidió por varios años la Real Academia Española, previno contra esa
eventualidad de extenderle alfombra de bienvenida a “aperturar”. Dijo con
ironía: “Aperturado el camino, nada impide que lecturar sustituya a leer,
baraturar a abaratar y licenciaturarse a licenciarse”.
Confío en que el uso de “aperturar” nunca se socialice ni se
convierta en recurrencia hablada o escrita. Sería un escándalo que ese “verbo”
sin linaje fuera conjugado por un maestro como “aperturen el libro“, o por un
ejecutor como “mañana aperturaremos la obra“, o por un administrador como
“todavía no hemos aperturado el servicio“, o por un estomatólogo como “por
favor, aperture bien la boca“.
Pero cualquier cosa podría ocurrir si quienes asumimos el
compromiso de emplear con corrección nuestra lengua materna no somos
consecuentes con tal encargo. Aquí no se trata de tirarle la puerta en las
narices a lo nuevo, sino de impedirle la entrada a lo innecesario. De nosotros
depende no “aperturarle“ la entrada a ese Caballo de Troya.
Por Juan Morales Agüero