El gremio periodístico vuelve a lamentar la pérdida de uno de sus miembros. Esta vez la tenebrosa COVID-19 eligió a José Luis Estrada Betancourt, un tunero de auténtica raigambre y sentido de pertenencia de 53 años de edad, quien desde hacía casi dos décadas ejercía como jefe de la sección cultural del diario Juventud Rebelde.
Bien joven se fue a Bulgaria a estudiar Física Nuclear,
carrera que interrumpió por la caída del campo socialista. Regresó a Cuba y
terminó Física en la Universidad de La Habana. Por entonces ya lo había picado
el “bichito” del Periodismo. Así, luego de reorientarse en un Diplomado de
habilitación y de hacer prácticas profesionales en la AIN y Radio Reloj,
levantó campamento en Juventud Rebelde.
En el diario del perfil joven hizo época por su
constancia y su dedicación al trabajo. En sus cuartillas cobraron aliento en
forma de entrevistas muchas de las personalidades más emblemáticas de la
cultura cubana, entre ellas la primerísima bailarina Alicia Alonso, de quien
fue cercano amigo. José Luis también publicó varios libros que actualmente forman
parte de la historiografía nacional del ballet.
Nacido y criado en Las Tunas, en las proximidades del
cine Luanda, este tunero de pura cepa nunca se distanció de su ciudad, a la que
solía visitar frecuentemente para abrazar y besar a Juana, la madre amorosa que
lo mimaba como a una criatura y que hoy está devastada por una pérdida que,
seguramente, marcará hondamente su vida.
José Luis recibió recientemente el Premio Juan Gualberto Gómez, que entrega la
Unión de periodistas de Cuba (UPEC) por la obra realizada en el año. En una
entrevista por la ocasión, y al referirse a sus remembranzas sobre Las Tunas, dio
esta larga respuesta:
“Guardo en un lugar muy custodiado de mi memoria
las reuniones familiares de los domingos, presididas por mi abuela, la Niña, y
su hermana Gloria, quienes se hacían rodear de sus hijos, nueras, nietos,
parientes lejanos y cercanos… Nunca más he visto juntos tantas botellas de
cervezas metidas en tanques colmados de bloques de hielo que parecían un trozo
de la Antártida y tantos carneros colgando de una mata de ciruela, puercos
chillando ante el presentimiento de la última hora, gallinas azoradas
presagiando el peligro. Adoraba bañarme en el aguacero, perderme en el “bosque”
que se extendía detrás de las casas de la cuadra; jugar ajedrez, convertirme en
los personajes principales de las aventuras de turno, ir al cine, pasarme horas
montado en lo que fuera con tal de zambullirme en la playa La llanita (Puerto
Padre); seguir el rodeo en la Feria, practicar esgrima; estar entre los
privilegiados que en el cine-teatro Tunas fueron testigos de los conciertos de
Estela Raval y los Cinco Latinos, del grupo vietnamita Flor de Loto, de la
mexicana María de Lourdes; aprenderme tres acordes de la guitarra con Bertica
Maestre con los que cantaba un millón de rancheras y clásicos de la trova
tradicional… Ahora mismo le haría un monumento a la Casa
de Cultura Tomasa Varona donde me perfeccioné como bailador popular. (…). Le
haría otro a la comparsa Zabala y a la conga Mau Mau, al Dancing Lights
(discoteca), a la Fonoteca en los altos de la Fuente de las Antillas, de la
Longa, donde bebía menta. También a El Cornito, la querida guarida de El
Cucalambé y de los bambúes (…). No
obstante, la maravilla mayor para mí fue el IPU Luis Urquiza Jorge. Mis
compañeros de entonces, mis hermanos de hoy, consiguieron el milagro de
engendrar la amistad que no se destiñe, que no cree en distancias ni en años
que pasan, que no filtra atendiendo a posibilidades económicas o estatus
social. Inventaron un calor persistente que no entiende de vendavales ni fríos”.
Descanso eterno para tu alma, José Luis.
Colega, amigo, cubano y tunero.
Por Juan Morales Agüero