Ocurre como en las profecías. Ahora que el país calcula cada paso y lleva como con guantes de seda las riendas de lo cotidiano, resulta que ya tú habías alertado: «Un error en Cuba es un error en América y en la humanidad moderna».
Y cuando insistimos en todos los foros que el signo de
nuestras proyecciones tiene sustento en el respeto a la soberanía, resulta que
ya tú habías dicho: «Nada piden los cubanos al mundo sino el conocimiento de
sus sacrificios».
Y ahora que la Patria es un valladar de acero en la defensa
de sus hijos, erguida ante el enemigo poderoso, resulta que ya tú habías
advertido: «No se debe poner mano ligera en las cosas en que va envuelta la
vida de los hombres».
Y cuando nos alistamos para repeler cualquier intentona de
regresarnos al pasado, resulta que ya tú habías prevenido: «La libertad cuesta
cara, y es necesario, o resignarse a vivir sin ella, o decidirse a comprarla
por su precio».
Y ahora que insistimos en recuperar y consolidar valores
perdidos, resulta que ya tú habías asegurado: «El deber del hombre virtuoso no
está solo en el egoísmo de cultivar la virtud en sí, sino que falta a su deber
el que descansa mientras la virtud no haya triunfado entre los hombres».
Y cuando elaboramos planes para ser más eficientes, resulta
que ya tú habías adelantado: «El que llevó las estrellas en la guerra no es
general de verdad hasta que con sus propias manos no se ponga en el hombro las
estrellas del trabajo».
Y ahora que la incorporación del hombre al surco y el
desarrollo agrícola devienen prioridades en nuestras proyecciones, resulta que
ya tú habías afirmado: «El mejor ciudadano es el que cultiva una extensión
mayor de tierra».
Y cuando la solidaridad continúa siendo un pilar de nuestra
política exterior, resulta que ya tú habías precisado: «No desearlo todo para
sí; quitarse algo de sí para que toquen a igual parte todos, es valor que
parece heroico, a juzgar por el escaso número de los que dan prueba de él».
Y cuando la conquista de toda la justicia es un argumento
para propiciar la continuidad de nuestras expectativas, resulta que ya tú
habías profetizado: «La justicia, la igualdad del mérito, el trato respetuoso
del hombre, la igualdad plena del derecho: eso es la revolución».
Y ahora que nos proponemos derroteros y asumimos compromisos
para actualizar nuestro proyecto social, resulta que ya tú habías expuesto:
«Debe hacerse en cada momento, lo que en cada momento es necesario».
Y cuando intentamos ponernos a tono con el mundo sin
renunciar a principios, y hacer cosas grandes para que ese mundo conozca
nuestras proezas, resulta que ya tú habías sentenciado: «El primer deber de un
hombre de estos días, es ser un hombre de su tiempo». Y también: «Es necesario
elevarse como los montes para ser vistos de lejos».
En este 28 de enero, José Martí, consecuentes con tu idea de
que «cuando un pueblo se divide, se mata»,
nos encuentras convertidos en puño, y con razones para llamarte Profeta.
Por Juan Morales Agüero