Afirma Enrique José
Varona que “su palabra era algo viviente que transfundía vida”. Su amigo
argentino Carlos Aldao expresó que su “brillante peroración producía en la
médula una sensación análoga a la que despierta la vida del acróbata lanzado al
aire en un ejercicio peligroso”.
Alambre vivo,
torrentera, acrobacia. Así describen su manera de tocar las palabras. Habrá que
imaginarlo. En algún momento se anunció
que buscaban su voz grabada en Nueva York en un cilindro de Edison; pero todo
parece haber sido infructuoso. ¡Quién
sabe si algún día ocurrirá el milagro!
Aunque abarcó todos
los géneros literarios, aunque fue un poeta original y hasta escribió una
“noveluca”, como el mismo llamara a Amistad funesta; Martí fue sobre todo un
periodista. En esa hoguera ardió su vida. Más de una palabra de sus
manuscritos, no ha podido ser
descifrada. Su pensamiento iba por delante de su mano.
Estremece leer, por
ejemplo “Sobre los oficios de la alabanza”, artículo aparecido en Patria. En
unos pocos párrafos está contenida la tríada que presidió la obra martiana:
verdad, belleza, virtud. Martí nos esclarece: “(…) es cobarde quien ve el
mérito humilde, y no lo alaba (…) A puerta sorda hay que dar martillazo mayor
(…) El corazón virtuoso se enciende con el reconocimiento, y se apaga sin él”.
No estuvo frente
al micrófono, es cierto. “La tecnología no anduvo lo suficientemente pronto”,
escribió Carmen Suárez León en el prólogo del volumen Yo conocí a Martí Él decía a viva voz y tenía la pluma
inquieta. Sin embargo, me arriesgo a decir que de haberlo podido hacer, no hubiera rebajado un ápice la altura de sus
ideas.
En todo caso, toca a
los comunicadores de hoy envolverse en su pensamiento. Los del micrófono y los
del ciberespacio, los de las cámaras y los de la tinta. Hay que abrazar al que
se sacrifica diariamente, y en ocasiones, dar un martillazo martiano a las
conciencias dormidas, a las conciencias
torcidas.
José Martí es
inspiración perenne. Cómo no serlo cuando aquel genio de Paula que partía hacia
la guerra, era capaz de escribir a su madre
toda una confesión de fe: “No son inútiles la verdad y la ternura”. Era un 25 de marzo de 1895 en Montecristi.
Todavía se escucha el eco.
Por: Reinaldo Cedeño Pineda *TOMADO de El Portal de la Radio Cubana