A propósito del
Aniversario 50 del asesinato del Che
El doctor Ernesto Guevara de la Serna, fue un acucioso
cronista de las decenas de episodios que le correspondió protagonizar en su
corta vida de joven rebelde y revolucionario.
En diciembre de 1956, luego de la accidentada travesía desde
México, el azaroso desembarco del yate
Granma por el oriente cubano y la dispersión de los expedicionarios tras el
desigual combate de Alegría de Pio, experimentó uno de los momentos de mayor
peligro en su recién estrenada condición de combatiente guerrillero.
Había sobrevivido, pero junto a un pequeño grupo, que integraban también los expedicionarios
Juan Almeida, Ramiro Valdés, Chao y
Benítez deambulaba por los
espesos montes cercanos a la serranía,
sin la menor idea de su ubicación exacta, pero bajo el juramento de
vender caras sus vidas si chocaban con el enemigo.
Sobre esta primera experiencia, Guevara escribiría después:
“Íbamos caminando con desgano, sin rumbo fijo, de vez en cuando un avión pasaba
por el mar……Al anochecer encontramos una playita y nos bañamos”.
Al día siguiente se encuentran con tres
expedicionarios, que también deambulaban
por la zona: Camilo Cienfuegos, Pancho González y Pablo Hurtado. Ahora el grupo
era de ocho, todos en búsqueda de sus restantes compañeros y de los posibles
guías, que los condujeran a la Sierra Maestra.
No fue hasta dos días después, que llegaron a una humilde
vivienda de campesinos, quienes les brindaron abrigo y comida, le informaron
que Fidel estaba vivo y se ofrecieron a conducirlos a un lugar seguro, pero que
debían dejar guardados los uniformes y las armas.
Pablo Hurtado, quien estaba enfermo, quedó en la casa,
mientras el grupo prosiguió su camino.
Poco tiempo después, el ejército irrumpe en la casa, hace
prisionero a Hurtado y ocupa las armas, mientras el grupo de expedicionarios es
conducido por un campesino de la zona, que resultó ser Guillermo García.
Tras no pocas peripecias por el lomerío oriental, llegan una
madrugada a la finca de Mongo Pérez, hermano de Crescencio, donde estaban
Fidel, Raúl y otros compañeros sobrevivientes.
La pequeña tropa en la que se encontraba el Che, se
presentaba sin uniformes y sin armamentos, lo que suscitó una justificada
reprimenda de Fidel.
El guerrillero heroico, no olvidó jamás aquellas palabras:
“No han pagado la falta que cometieron, porque el dejar los
fusiles en estas circunstancias, se paga
con la vida. La única esperanza de
sobrevivir que tenían en caso de que el ejército topara con ustedes eran sus
armas. Dejarlas fue un crimen y una estupidez”.
Para el Che y los demás guerrilleros allí presentes, aquel
responso de Fidel constituyó una permanente lección y un principio inviolable
para el naciente Ejército Rebelde.
Por: Luís Manuel Quesada Kindelán.