Parece que el tiempo ha transcurrido con extrema rapidez,
pero no es así.
Basta mirarse frente al espejo, para comprobar cuanto hemos
cambiado. El cabello, por suerte aún sobre mi cabeza, denuncia con su blancura
el paso de los años. Ya los movimientos no son tan ágiles como antes y la mente
a veces comienza a no retener hechos cotidianos recientes, pero el pasado, los
acontecimientos vividos, permanecen allí de manera imborrable.
Quién puede olvidar aquellos días de tensión, que sucedieron
al heroico asalto a los cuarteles Moncada de Santiago de Cuba y Carlos Manuel
de Céspedes, de Bayamo.
Tras el revés táctico que significó la acción, dirigida por
un joven abogado, poco conocido por la población y nombrado Fidel Castro Ruz,
el ejército batistiano comenzó a cumplir la orden del tirano Fulgencio Batista
de asesinar a los combatientes revolucionarios heridos o prisioneros y desató
una intensa búsqueda de los que lograron escapar.
La prensa, fue sometida a una férrea censura y solo después
de concluida la matanza en los cuarteles, convocaron a los reporteros para
entregarle la versión oficial de los hechos y mostrar los cuerpos de los
jóvenes asesinados, a quienes presentaron como muertos en combate.
En los días posteriores de aquel 26 de Julio, los jefes
militares y sus soldados desplegaron una amplia movilización para localizar a
Fidel y otros combatientes, quienes
intentaban penetrar en las montañas orientales para abrir un frente
guerrillero.
Capturar a Fidel y conocer el nombre de los autores
intelectuales del asalto, se convirtió en una verdadera obsesión, para el
ilegal gobierno de Batista y sus soldados.
En la tarde noche de los hechos, cuando regresaba de Gibara
para Las Tunas, fui testigo del enorme despliegue militar y del registro
minucioso de los autos y sus ocupantes.
Cuando llegó nuestro turno, preguntamos a los soldados lo
que había sucedido y uno de ellos nos respondió, que buscaban a unos
comunistas, que habían asaltado el
Cuartel de Santiago de Cuba.
Dos palabras claves por esos tiempos, justificaban las
requisas e investigaciones oficiales del régimen: comunistas y autores
intelectuales.
No concebían que podía ser de otra manera, acostumbrados a
que detrás de cada suceso, existían una o varias personas, que lo dirigían y
permanecían bien alejados del peligro.
Ese no era el caso de los sucesos del Moncada: el organizador
principal, Fidel Castro, fue al combate al frente de sus compañeros y no
abandonó sus intenciones de continuar la lucha.
Lo que sucedió después, es historia conocida.
El juicio, la autodefensa conocida como “La Historia me
absolverá”, la prisión fecunda, el exilio y el regreso a la patria para
reiniciar la lucha.
Ni comunistas convencidos, ni autores intelectuales,
dirigiendo tras bambalinas.
Fidel lo dejó bien claro, los atacantes del Moncada eran
profundamente martianos, que no dejaron morir al Apóstol en el año de su
centenario y Martí era el único autor intelectual de aquella gesta por la
libertad, la soberanía y la independencia definitiva de los cubanos.
Por: Luís Manuel Quesada Kindelán.