lunes, 8 de octubre de 2018


Mi colega  Luis Hernández Serrano publicó hace unos años en el periódico Juventud Rebelde un  reportaje que –por lo interesante y ameno- he leído y releído ni se sabe cuántas veces. Luisito tiene un olfato especial para detectar los buenos temas. Y este del que les hablo figura en ese grupo. Viene muy al caso, pues trata de un anecdotario periodístico del Comandante Ernesto Che Guevara, de cuya desaparición física el 8 de octubre se cumplen  50 años.

De ese excelente material de Hernández Serrano he seleccionado algunas anécdotas que retratan de cuerpo completo la personalidad de una de las figuras más recias de la etapa revolucionaria cubana. Disfrutémoslas:
“Quienes pretendieron entrevistar al Comandante Ernesto Guevara enfrentaron su ironía y su afilado humor. Tras el triunfo revolucionario de 1959, muchos periodistas obtuvieron declaraciones suyas, en Cuba y en otros países, pero por su carácter, responsabilidad, disciplina, y su afán de sobriedad y discreción, del Che en aquellos tensos días no fue fácil alcanzar la típica entrevista informativa, ni mucho menos la de personalidad.
“En uno de los cortes de caña manuales en que participó, varios periodistas extranjeros pretendieron recoger sus impresiones personales, pero ello significaba para el Che, en esas circunstancias concretas, interrumpir el sagrado acto productivo. Entonces los miró y preguntó a uno de ellos:
—A ver, dime, ¿de qué órgano de prensa eres tú, de qué país?
—Soy francés, de la radio francesa, como usted habla muy bien nuestro idioma, aceptará una breve entrevista, ¿no?
El Che se secó su sudor, que le corría copiosamente por su frente, miró la caña que faltaba por cortar y contestó: «No puedo, mi francés es malo, necesito ayudarme con las manos para que me comprendas mejor y ahora las tengo ocupadas en algo muy útil».
Y a otro le preguntó: «Y tú, dime, ¿de dónde vienes, a quién representas?».
—Soy de la prensa de Estados Unidos.
—A ti no te doy ninguna entrevista. ¿Para qué? A ustedes uno le dice una cosa y publican otra. ¡Pon lo que tú quieras...!, y continuó su faena productiva.
A un periodista soviético que se interesó sobre su experiencia revolucionaria en la Guatemala de 1954, la de Jacobo Arbenz, respondió: «Lo único que puedo prometerte es que haré lo posible para que la Revolución se mantenga. Pero si por alguna causa la Revolución fracasara, no me busquen entre los que se refugian en las embajadas de otros países, búsquenme entre los caídos».
Era enemigo de la simulación y la hipocresía. Por eso, en el molino de trigo del municipio capitalino de Regla, cuando le pidieron que envasara el saco simbólico del cumplimiento de una meta, se molestó y dijo: «¡Envaso el que me toca, o ninguno», y siguió sudando a mares, ¡sin chistar!.
Un argentino que lo vio en el aeropuerto de Rancho Boyeros, le preguntó: «¿El Comandante Che Guevara?». El Che asintió cy el desconocido agregó:
—Permítame que un compatriota le estreche la mano.
Guevara, sonrió sin decir palabra y alargó la diestra. El compatriota sacó una libreta del bolsillo y le pidió que le firmara un autógrafo, a lo que Guevara exclamó, mientras le daba la espalda: «¡Yo no soy un artista de cine!».
En plena Crisis de Octubre, también en 1962, cuando el Che estaba movilizado militarmente y con su jefatura en la estratégica Cueva de los Portales, en Pinar del Río, algún que otro periodista pretendió entrevistarlo y lo pudo alcanzar en uno de sus recorridos por determinadas zonas rurales.
—Hábleme de su trabajo actual y de la situación reinante.
—¿De qué quieres que hable? ¿Del Ministerio de Industrias, del Ejército o de la Economía?
—Bueno, Comandante, sería interesante...
—Mira, del Ministerio no sé qué decirte, pues estoy en operaciones militares. De la Economía, bueno, estoy en el Ejército... y del Ejército, no tengo autorización del Estado Mayor para brindar a la prensa informaciones.
En el central azucarero Ciro Redondo, Ciego de Ávila, un periodista le preguntó cuánto había cortado ese día con la máquina cosechadora, y el Comandante le contestó: «10 000 arrobas y una pata», lo que el reportero divulgó de inmediato en el periódico Revolución, información que el Che leyó, se echó a reír desaforadamente, y mandó a buscar al compañero.
—¡Conque corté 10 mil arrobas y «una pata»! ¿Sabes tú qué significa eso de «una pata»?
—Bueno, Comandante, debe ser 10 000 arrobas y pico, ¿no?
—¡Qué va, compadre!, precisó el Che. La pata fue una herida que le hice en el pie, afortunadamente leve, al jefe de mi escolta, que se pegó mucho a la combinada, y se cortó con una de sus cuchillas.
Poco después el Comandante explicó a los periodistas que lo visitaron en los cortes cañeros: «Todos ustedes vienen a tirarme fotos, y eso me molesta. Estoy aquí porque quiero probar la eficiencia de la máquina y sacarle el máximo de rendimiento: no vine a posar o a exhibirme. Sin embargo, ninguno se ha preocupado por retratar a los repasadores, que sí se lo merecen... quiero que mis “hacheros” salgan en la primera plana y se destaque la importante labor que realizan recogiendo la caña que se queda en los campos en cada jornada.
Por Juan Morales Agüero 

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