Aun cuando era una muerte esperada porque estaba muy
enfermo, fue como un mazazo cuando me lo dijeron en la redacción de Radio
Victoria, y a mi mente llegaron de golpe todas las anécdotas de nuestra juventud,
cuando se iniciaba el periódico diario en la naciente provincia de Las Tunas.
Entonces me fui hasta la funeraria, y me llené de fuerzas
para entrar a la capilla donde estaba tendido el cuerpo sin vida de mi maestro,
de mi amigo, y no pude evitar las lágrimas cuando Niurka, su esposa, se abrazó
de mí llorando, y hablamos en pocos minutos de su vida, de sus últimas horas,
de sus cosas.
Y mi mejor homenaje, el más sencillo, pero el más sincero,
es publicar esta crónica que le hice en vida, como parte de mi sección
Personajes de mi gremio. He aquí el texto:
Oscar Leandro Góngora Jorge era el jefe del equipo
político-ideológico en el diario 26 cuando yo iniciaba mi vida como
redactor-reportero que atendía los temas de la educación y la juventud, y fue literalmente
el primer maestro que tuve en el Periodismo, porque además de mi jefe, acopiaba
toda su paciencia para tratar de armar aquellos lead de las informaciones que
le entregaba, muchas de las cuales las rompía en pedazos e iban a parar a un
cesto de basura que tenía al lado de su puesto de trabajo, con una sentencia:
«hazla otra vez», sin ni siquiera darme la oportunidad de fijarme en lo que
había escrito.
En aquellos inicios, me era extremadamente difícil construir
un lead y responder las preguntas clásicas, y todos los días hacía ejercicios
mentales para determinar cuáles eran los datos más importantes para comenzar
mis textos, y era decepcionante cada vez que Góngora me rayaba con su afilado
bolígrafo mis líneas de novato verde.
No obstante, lo que más agradecía era cuando Góngora se
sentaba en su entonces máquina de
escribir Robotrón, de 12 puntos, que él tenía engrasadita y volaba bajito, y a
partir de los datos que yo le daba me hacía un lead excelente en menos de un
minuto, para espetarme a rajatabla: «eso es para que aprendas y te convenzas de
que yo soy el mozo de la información».
Y tenía mucha razón.
Yo admiraba la rapidez con que Góngora hacía una información
cualquiera, que a mí me llevaba hasta más de una hora para que me quedara más o
menos, y siempre que iba a una cobertura a un lugar fuera de la ciudad, venía
en el carro rompiéndome la cabeza con el lead, pero nunca lograba hacerlo a la
altura de mi jefe de equipo, que en el mejor de los casos siempre me señalaba algo.
El Mozo de la información ya llevaba varios años de
ejercicio en el Periodismo, y tenía una habilidad impresionante –y
conocimiento, por supuesto- para hacer el lead, lo más difícil de la
información, cuya rígida estructura era un dolor de cabeza, y el titular de
cualquier género, aunque siempre yo tenía la satisfacción de que los demás
miembros del equipo tenían que «morir» en sus manos, por lo que no era yo solo.
Góngora era realmente un maestro para todo el equipo,
integrado además, por Julio César Pérez Viera, Ulises Espinosa Núñez y Roberto
Doval Bell, y creo que en el 98 por ciento de los señalamientos que nos hacía
tenía razón, aunque lo veíamos como un tipo quisquilloso, rompe cuartillas,
pero lo hacía para enseñarnos y educarnos, y lo lograba.
Ya después, con el oficio y las correcciones de Góngora fui
aprendiendo la técnica de un buen lead, y a veces hasta me atrevía a
discutirle. Y entonces me miraba de costado y me decía: «muchacho, acuérdate
con quién estás hablando», a lo que tenía que responder: «disculpe, profe, sé
que usted es el Mozo de la Información». «Menos mal que no se te olvida», me
respondía y nos dábamos un estrechón de mano que sonaba como aplauso entre las
cuatro paredes del equipo.
Con su meticulosidad, paciencia y conocimientos, Góngora nos
enseñaba todos los días y lográbamos ser mejores en muchas ocasiones que el
equipo económico, dirigido por El Bolo (Freddy Pérez Pérez), e integrado por
los recalcitrantes Juan Soto Cutiño, Gerardo González Quesada y Andrés
Castellanos Bermúdez, que siempre andaban con la burla de que nosotros éramos
los de «la muela política» y ellos los de la concreta, pero creo que en materia
emulativa, siempre andábamos delante en las coberturas, y los llenábamos de
muecas cuando Infante, el director, nos reconocía en las reuniones de análisis
de la semana.
Recuerdo un día en que yo reportaba de temas culturales
porque Ulises, el titular de la sección, andaba fuera de la provincia, y
Góngora estaba precisamente de cierre con Elmer Almaguer, el formatista, y el
«hueco» de la culturales estaba vacío pasadas las 9:00 de la noche, porque el
señor Julio César me había enrolado en una aventura con dos chicas, y fuimos a
parar al Puerto de Manatí, desde horas tempranas de la mañana hasta horas de la
noche.
Llegué a la Redacción sutilito para hacer la información,
pero al pasar por la oficina del cierre Góngora me agarró infraganti y me paró
en seco:
-Oye, ¡¿dónde tú estabas?!
– Mijo –le inventé-, acuérdate que yo estaba en la tertulia.
-¿Síííí, en qué tipo de tertulia?
– En la de la biblioteca, y ahora voy a escribir.
– ¡Yo sí te voy a dar tertulia! Mira, eso lo discutimos
mañana. Tienes10 minutos para entregar la información, y no me vengas a
preguntar del lead ni de nada –me dijo molesto y me fui, bajo la mirada
escudriñadora y burlona de Elmer que bajito repetía: «tertulia, tertulia,
tertulia».
Al otro día, más calmado, la sangre no llegó al río.
Y así pasó el tiempo y un día me fui del periódico para la
radio y Góngora siguió después como reportero porque los equipos se
disolvieron, y desde hace unos cuantos años sigue con su madera de maestro como
jefe de Redacción del semanario, velando por el buen escribir, por las
estructuras correctas de los géneros, educando y formando no solo a los
jóvenes, sino a los que ya llevan años en la profesión, porque parabién de 26,
Leandro sigue siendo el Mozo de la información.
Texto y fotos: Miguel Díaz Nápoles