domingo, 30 de junio de 2019

El pasado viernes 28 de junio falleció en esta ciudad, víctima de una penosa y agresiva enfermedad, José Infante Reyes, quien fuera el director fundador del Periódico 26, la publicación que inauguró la era de la prensa diaria en el territorio tunero, y cuya edición príncipe salió a la palestra, olorosa a tinta fresca, el 26 de julio de 1978. Lo conocí en 1979, un año después de aquel acontecimiento editorial. Para esa fecha yo formaba parte del recién creado Movimiento de Corresponsales Deportivos Voluntarios, y, en esa condición, redactaba y enviaba notas al flamante medio de prensa sobre competencias desarrolladas en Manatí, el municipio de donde soy oriundo.

Recuerdo que me pareció una persona estirada y de difícil acceso. La impresión, quizás, me le impuso su carácter, por lo común serio y poco dado a la jovialidad. El tiempo me hizo cambiar de opinión: tras aquella coraza de hombre intolerante se ocultaba un ser sensible, capaz de arrimar el hombro cuando alguien estaba en dificultades o de escuchar las tribulaciones de sus subordinados para buscarles solución.

El primer contacto que tuve con Infante fue en una reunión convocada por él, a la cual concurrimos casi todos los corresponsales voluntarios que colaborábamos con 26. Se celebró en la propia redacción del diario, y nunca olvidaré la hospitalidad y las atenciones que nos dispensó. Para nosotros, simples emborronadores de cuartillas, estar allí nos hacía creernos que éramos periodistas «de verdad».

Luego de agradecernos por lo que hacíamos por el periódico en materia informativa, procedió a repartir algunos estímulos: agendas, lapiceros, artesanía, pisapapeles… Y luego mencionó mi nombre. Dijo más o menos así: «Quiero agradecerle al corresponsal Juan Morales Agüero una crónica que publicó por el Día Internacional de la Mujer, la cual fue leída en muchos centros de trabajo de la provincia».

Acto seguido, y para mi sorpresa, le leyó a los presentes mi humilde texto, titulado «Ahora y siempre, mujer». Luego me entregó un sobre con un papel dentro. Era una carta firmada por él, contentiva del reconocimiento del Consejo de Dirección del diario por mis colaboraciones. Me dijo que la anexara a mi expediente laboral, lo cual nunca hice. La conservo entre mis papeles más entrañables junto con el recorte de aquella crónica cuya calidad hoy me ruboriza.

Tiempo después, ya con algún fogueo en «el mejor oficio del mundo», comencé a trabajar como reportero del Semanario Deportivo LPV en la Dirección Provincial de Deportes. Mis colaboraciones aparecían también en la sección deportiva de 26. Viajaba cotidianamente desde Manatí hasta Las Tunas. Era un ajetreo intenso y extenuante.

Una mañana en que fui a entregar un material al diario, me encontré con Infante en un pasillo. Me invitó a pasar a la dirección. «Supe que no tienes hospedaje y que viajas todos los días hasta tu casa –me dijo–. Ponte de acuerdo con al administrador. Desde hoy tendrás un cuarto para ti en el hotelito de los periodistas». Y así fue.

En los años siguientes apenas nos vimos. Hasta que un día –tal vez el más afortunado de mi vida- mi colega Juan Emilio Batista me telefoneó para informarme que habría un concurso de oposición para optar por una plaza para estudiar Periodismo en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, y que era una oportunidad que no debía perder, pues él sabía de mi persistente interés por estudiar esa carrera.

A la fraternal disputa asistimos poco más de 10 corresponsales del diario. Todos debíamos someternos a entrevistas personales, a cargo de profesores del alto centro docente santiaguero, la UPEC tunera, representada por mi amigo Miguel Díaz Nápoles, y… José Infante Reyes, en su calidad de director de 26. Fui el último en ser entrevistado. Con su proverbial ética, Infante no dijo ni una palabra en mi favor y aguardó por la decisión de los profesores. Al final, la plaza me la otorgaron a mí. Solo entonces intervino para recomendarme y augurarme muchos éxitos en esta profesión a la que tanto amo.

Después su itinerario por la vida tomó diversos rumbos. Fue jefe de Información en Radio Victoria y luego levantó campamento en Sudáfrica, pero sin perder nunca los vínculos ideológicos y afectivos con su Patria. Regresó hace unos pocos años, y en más de una ocasión conversamos como viejos amigos. La última vez que lo vi fue en el acto por el cuadragésimo aniversario 40 del Periódico 26.

La enfermedad se ensañó con su salud y no le dio cuartel. En los últimos días su estado se agravó y estuvo internado en el Hospital Dr. Ernesto Guevara, donde, a pesar del esfuerzo de los especialistas que lo atendieron, no consiguió sobrevivir. Tenía 72 años de edad. Quienes lo apreciamos mantendremos vivo su recuerdo.


Por Juan Morales Agüero 

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