sábado, 13 de julio de 2019

A propósito de la columna que publicamos en Cubaperiodistas “Cambio salarial, cambio editorial“, escrita por nuestro Presidente, Ricardo Ronquillo Bello, al calor de la más reciente reunión ampliada de la Presidencia de la UPEC, el colega Frank Agüero comentó lo siguiente:Hermano Ronquillo:

Con el respeto que mereces por tus acertadas opiniones sobre temas complejos nacionales y gremiales, con los cuales concuerdo generalmente, me atrevo a incitar una reflexión sobre el eslogan Cambio salarial, cambio editorial. No creo seas partidario de cambios editoriales, tal como supone dicho concepto, pues ello implicaría negar todo lo que justamente hemos defendido durante décadas, todos, y que se opone radicalmente a la otra concepción editorial, ni siquiera sostenida por quienes la enarbolan, de un periodismo superficial, elitista, ajeno a los intereses de clase y sin freno de principios éticos.

Espero que no sea eso lo que propone el eslogan, pero me preocupa introducir ruidos ajenos al objetivo que ustedes enarbolan , y creo entender. Sobre todo cuando hay tanta gente joven influida por infinidad de ideas o falto de convicciones más profundas sobre lo que es el ejercicio de nuestra profesión, necesitada de técnicas modernas para argumentar conceptos básicos de justicia y equidad, pero no cambiar de bando. La definición editorial, en mi opinión, está en la nueva Constitución, apoyada por mayoría de la población, incluido nuestros profesionales.

La respuesta de Ronquillo a estas preocupaciones de Frank, llegó poco después. Hemos decidido moverla del espacio de los foros de Cubaperiodistas y publicar como artículo independiente el intercambio, por la trascendencia del tema que se debate, en vísperas de los talleres convocados por la UPEC “Cambio salarial, cambio editorial” para conmemorar el aniversario 56 de nuestra organización:

Estimado y respetado Frank Agüero, hermano:

Agradezco que comentes en Cubaperiodistas tu preocupación sobre el nombre con el que el Grupo de Trabajo de la Presidencia decidió convocar a los talleres para celebrar, con hondura martiana, el aniversario 56 de nuestra Unión, entre otras razones, porque ha sido un propósito transformar ese sitio, desde el diseño hasta su concepción editorial, para convertirlo en una singular plataforma de información y debate profesional. Estas opiniones tuyas ya son una señal alentadora en ese propósito, que ojalá sigan muchos de nuestros colegas.

Este cambio radical en la estructura, diseño y concepción editorial de Cubaperiodistas, para convertirlo en un medio de medios y atraer sobre él la atención y el interés de nuestros hermanos de profesión, entre tantas propuestas de todo tipo por los mundos virtuales, forma parte del espíritu con el que convocamos a todo el gremio.

Desde el mismo momento en que se apagaron las luces del Palacio de Convenciones tras el X Congreso, hemos invitado a otras profundas e impostergables transformaciones editoriales y de otra naturaleza, que para nada invitan a cambiar de casaca, de orientación política, vocación ética y de servicio público, que caracterizaron al periodismo revolucionario cubano desde que nació alentado por el sueño de una Cuba independiente y de justicia social.

Nada más lejos de las ideas de quienes decidimos alentar esos debates que proponer, como contrapropuesta al periodismo que se ha erigido en la Revolución, un ejercicio políticamente enajenado, elitista, superficial y carente de la eticidad que acabamos de defender con la aprobación reciente, por el Comité Nacional de nuestra organización, del nuevo Código de los periodistas cubanos, discutido en un hermoso ejercicio de complicidad colectiva en todo el país.

Espero que coincidamos en que una cosa sería seguir la misma línea de principios, tanto políticos, éticos como profesionales, que apostar a mantener, en el complejo escenario infocomunicacional del siglo XXI, la misma gestión de la prensa de los años 70 y 80 del pasado siglo. Existe coincidencia entre todos, expresada en los Congresos de la Upec —y debidamente fundamentada por diversos estudios e indagaciones académicas y de otra naturaleza—, que debe ser transformada, porque de no hacerlo estaría incapacitado para ofrecerle al país los altos servicios que de él se demandan, entre ellos, favorecer los necesarios consensos que requiere el proyecto de país propuesto desde el VI Congreso del Partido, bajo la máxima de Fidel de: cambiar todo lo que debe ser cambiado.

De nada valdría que cambie la Revolución y no lo haga su sistema público de prensa, no pocas veces menospreciado y hasta instrumentalizado, desconociendo su enorme trascendencia para la producción y reproducción simbólica. No por casualidad la Política de Comunicación del Estado y del Gobierno aprobada en el año 2018 —la primera después de 1959— reconoce el valor estratégico y el carácter transversal de la comunicación y a la información como un bien público y un derecho ciudadano, algo recogido también en el espíritu de la Constitución que acabamos de refrendar.

Soy un defensor de la idea del líder de la Revolución Ciudadana, Rafael Correa, de que no estamos viviendo una época de cambios, sino un cambio de época, única forma de afrontar el enorme desafío que significa convertir en triunfador nuestro proyecto de nación y de periodismo en el complejísimo siglo XXI.

En un artículo que publiqué en Juventud Rebelde hace dos años, bajo el título: “Periodismo y control popular”, me hacía una pregunta que creo es muy prudente e inevitable que nos hagamos en los mencionados talleres y que fue abordada también con profundidad durante los recientes balances del trabajo de la Upec: ¿qué es lo más importante en una sociedad moderna e interconectada: la prevalencia de un amplio sistema de propiedad pública de los medios o la confianza de los destinatarios? ¿El tipo de propiedad de los medios garantiza de por sí la tan disputada credibilidad?

O tal vez debería formularse de otra manera la interrogante: ¿garantiza el monopolio de la propiedad pública y social de los medios —reconocida por la voluntad soberana de todo el pueblo en la nueva Constitución—, el de la credibilidad, el de las influencias, el de la autoridad?

No podemos olvidar aquella advertencia de Julio García Luis —cuya fidelidad política y vocación ética y profesional nadie se atrevería a poner en duda—, de que el discurso público, para ser efectivo, debe legitimarse a sí mismo ante la opinión pública.

El Doctor en Ciencias de la Comunicación, y tal vez el más importante de los teóricos y analistas de nuestro campo, sostenía que, desde luego, hay monopolios sobre el discurso mediático, grandes monopolios, una grotesca tiranía con diferentes escalas, locales, regionales y mundial; pero estos subsisten por su aparente porosidad, por su capacidad para mimetizarse, por su fingida independencia del poder real. Lo difícil, por el contrario, sería hoy un monopolio de pretensiones herméticas como los ya conocidos.

Agregaba que la ideología, realizada o no por medio del discurso, es lo que permite percibir el mundo —con cristales deformantes o con nitidez—; es lo que permite organizar el poder y el ejercicio de la hegemonía, y es lo que da la capacidad de control sobre los factores de la sociedad.

En el caso cubano, afirmaba, ese control no puede sustentarse en el engaño, en la manipulación de símbolos, sino en la adecuada información, interpretación, persuasión y convencimiento de la gran mayoría protagónica, en definitiva, del público.

Las plataformas de redes sociales, la posibilidad de que el ciudadano sea receptor y emisor simultáneamente, entre otros fenómenos, están cambiando radicalmente los modos tradicionales en las que se conformaba la llamada opinión pública y los consensos.

Así que otras preguntas que debemos hacernos son: ¿cómo se construyen los consensos en la sociedad de la información en la que nos adentramos inexorablemente?, ¿qué papel desempeña el periodismo en la construcción de una auténtica y creíble hegemonía de la ideología revolucionaria? ¿Cómo los sistemas de comunicación pueden apropiarse de las nuevas herramientas para avanzar hacia formas más democráticas y participativas? ¿Cómo garantizar mayor autoridad y ascendencia ante los públicos, que tienden a atomizarse?

Como remarqué en aquel comentario en JR, lo cierto es que el sistema de comunicación pública de Cuba ha sido desafiada a hacer valer su autoridad ante los públicos, sobre la base de lo único que la garantiza: la credibilidad; algo posible, pero no solo con un cambio en el modelo de prensa, sino de todo el modelo de comunicacional de la sociedad, y con una concepción verdaderamente revolucionaria que ubique a la prensa como parte de las formas de control popular.

Esa es la razón por la que debemos valorar tanto que en su entrevista con Telesur, el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel, comenzara por reconocer que la comunicación es importantísima como un recurso estratégico del país, un recurso de dirección política, de conexión con la gente, para terminar considerando que la prensa debería formar parte de los mecanismos del control popular.

Pero construir esa prensa pública de control popular impone superar obstáculos, comenzando por plantearse un cambio estructural, como quedó fundamentado en el último Congreso de la Unión de Periodistas y en sucesivos encuentros profesionales y políticos, en los que se nos dio como tarea principal la construcción de un nuevo modelo de prensa pública para el socialismo. La política de Comunicación y la Constitución crean ahora el escenario político e institucional ideal para esa transformación.

Porque hay razones básicas para considerar la inviabilidad de que continuemos con el modelo de periodismo de dependencia institucional y de reafirmación que como regla prevaleció hasta hoy, y crezcamos hacia otro de confrontación de las mejores ideas revolucionarias y como forma de gestión de la participación ciudadana.

El periodismo verticalista y de reafirmación, si bien permitió fraguar los grandes consensos que demandó el país frente a la agresividad de los Gobiernos norteamericanos, y a estructurar un modelo de sociedad para unas condiciones históricas muy concretas, no pocas veces distorsionó las funciones de contrapeso y equilibrio de los medios, que ocurrió a la par de la de otras estructuras de confrontación democrática del país, que ahora también son rectificadas como parte de la actualización del modelo socialista.

Para superar esas deformaciones tenemos, además de profesionales capacitados, la fortaleza de una tradición periodística y revolucionaria sedimentada por la más honda vocación de servicio, heredada de los fundadores de la nación, entre ellos el padre Félix Varela, quien al abordar la función y el alcance del periodismo apuntó: «Yo renuncio al placer de ser aplaudido por la satisfacción de ser útil a la patria». Su genial y fiel seguidor José Martí consideraba que la prensa debía ser el can guardador de la casa patria: «Debe desobedecer los apetitos del bien personal, y atender imparcialmente al bien público».

Ese legado debería servir también para los acostumbrados a la apología, los silencios y torceduras que nunca faltaron en el complejo camino de la construcción del socialismo.

No olvidemos que esto ocurre cuando la Revolución actualiza su modelo, con atrevidas y graduales transformaciones, sobre las cuales, como ya hacemos —no sin dificultades e incomprensiones—, nos corresponde la responsabilidad histórica de ayudar a crear los necesarios consensos políticos y la vigilancia profesional, para evitar que se distorsionen sus alcances.

No podemos ignorar que la Revolución está a punto de adentrarse en su más dura prueba de fuego: el relevo de la generación histórica, mientras los medios cubanos cedemos gradual, aunque inexorablemente, el monopolio de las influencias, como resultado del auge de las nuevas tecnologías.

En este reajuste la prensa pública cubana debe tener el camino expedito para apoyar el debate cívico y el contragolpe revolucionario.

Como puedes ver, querido hermano Frank, nada invita en la presidencia actual de la Upec a promover superficialidades, elitismos, enajenaciones o falta de principios o de ética.

El tiempo y las metas son demasiado hermosas para dedicarnos a otra cosa.

Tomado de Cubaperiodistas

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