Qué tristeza, ver descender hacia la fosa el ataúd con el
cuerpo sin vida del periodista Leonardo Miguel Mastrapa Androin. Cuántas lágrimas
y sollozos de quienes lo acompañaron hasta el cementerio de este poblado, su
refugio natal.
Mastrapa quieto, inerte, sin su risa habitual, sin su forma
de hablar, su manera jovial de ver la vida aun en los momentos más difíciles.
Cuánta amargura y sufrimiento en todos los presentes cuando su padre,
destrozado por el dolor, le dijo a llanto vivo: «estoy orgulloso de ti mi
niño», y hablaba con él como si pudiera escucharlo, en una despedida que calaba
hasta lo más profundo del alma y rasgaba sin piedad las fibras del sentimiento.
En la despedida de duelo el colega Juan Morales Agüero hacía
un recorrido rápido por su corta vida, y sus compañeros del periódico 26,
presentes todos en su funeral, y profesionales de otros medios, no podían
evitar el llanto al escuchar pasajes de su hoja de vida que lo hacen un
periodista de los imprescindibles. Su hijo Denes Leonardo, su mamá Viola, sus
primos, sobrinos, amigos, vecinos, dejaban correr sus lágrimas por el ser
querido que se despedía.
El acto de inhumación duró unos 30 minutos y sin embargo parecía
una eternidad. La intensidad del momento y el dolor punzante en el mismo centro
del pecho hacía que no pocos se alejaran del sepulcro todavía abierto para
dejar brotar el llanto. Otros se abrazaban para buscar el consuelo, las manos
tomadas de algunos se apretaban más bien por desesperación, por impotencia ante
la absurda partida de alguien con las más grandes ganas de vivir plenamente
como siempre lo hizo, de cumplir sus planes,
sus sueños.
Fue una mañana triste, muy triste. El dolor se multiplicaba
en los habitantes de este pequeño poblado que vieron nacer y crecer a Mastrapa.
Muchos de ellos enmudecidos al paso del cortejo fúnebre y otros, los más
decididos, presentes en el momento de la sepultura. Y cuando la tumba quedó
sellada, y las flores se colocaron encima de ella, todos quedaron como clavados
en el suelo dos, tres, cinco minutos…, hasta que lentamente dieron la espalda y
en silencio y con la mirada fija en el suelo, comenzaron a alejarse de aquel
lugar de tristeza y dolor donde quedaba en la quietud de la eternidad, un ser
excepcional.
Texto y foto: Miguel Díaz Nápoles, Tiempo 21.