Anochece en Praga el 24 de
abril de 1942. Los miembros de una célula clandestina que lucha contra la
ocupación nazi de Checoslovaquia están reunidos en una casona de la periferia
de la ciudad. Hacen planes y conspiran. Desde la calle les llega el alarmante e
inconfundible sonido de un carro al frenar. Temen lo peor. «¡La Gestapo!», exclama alguien desde una
ventana. Luego, tropel de botas, gritos de mando y chirrido de armas. Una
embestida echa abajo la puerta y una jauría con atuendo de uniforme irrumpe en
la residencia.
-¡Al suelo todo el mundo! –ordena, vocifera,
aúlla una voz, mientras su dueño rastrilla con furia su fusil de asalto.
Los conjurados obedecen. ¿Qué más podían
hacer? Ya en el piso, los cachean, los humillan, los ofenden, los esposan y, finalmente,
los hacen subir a empellones en la parte trasera del carro que aguarda por
ellos en las cercanías. Destino: la tristemente célebre cárcel de Pankrác,
tenebroso centro de torturas y guarida de las peores perversidades humanas.
Entre los detenidos en la redada hay un
destacado periodista local, cuyas críticas literarias y teatrales se publican
en las páginas de los periódicos Rude
Pravo y Tvorba. También escribe
fogosos artículos de apología al comunismo.
Integra el Comité Central del Partido Comunista checoslovaco, pero los de
la Gestapo no lo han identificado todavía. Uno de los detenidos flaquea y les
revela su nombre. Entonces todo el odio de los invasores se lanza sobre Julius
Fucik.
PERFIL
DE UN COMUNISTA
Julius Fucik nació el 23 de febrero de 1903 en
Praga, capital de Checoslovaquia. Desde muy joven mostró tendencias
izquierdistas, en especial luego de consumada la Revolución Rusa. En 1921
ingresó al Partido Comunista y matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras
de la Universidad de Pilsen, al tiempo que ejercía su pasión como crítico
cultural.
A inicio de los años 30 viajó en secreto
varias veces a la Unión Soviética. Lo fascinó la manera en que comenzaron allá
a construir el socialismo desde el Primer Plan Quinquenal, y con ese tema escribió
un libro que la valió cárcel. En la propia década formó un frente en defensa
del pueblo español que combatía contra la dictadura franquista y el fascismo.
Gran parte de su obra periodística de la época
la escribió desde las sombras y con seudónimos. Su situación se complicó a
mediados de 1939, cuando el ejército nazi ocupó Bohemia y Moravia. Para
la Gestapo, el comunismo checo era un enemigo interno que debía liquidarse.
Fucik fue uno de los militantes más buscados. Por fin lo capturaron el 24 de
abril de 1942, según él, «en una hermosa y templada
noche de primavera».
EL
PRESO DE LA CELDA 267
En la cárcel de Pankrác, oscura y lúgubre, los
torturadores no consiguen imponerse al blindaje moral de Fucik. Para obligarlo
a delatar a sus camaradas de lucha le aplican los castigos físicos y
sicológicos más refinados, pero en vano. A
bastonazos le rompen los dientes. Lo trasladan de prisión, le cambian
los verdugos, lo someten a martirios, le machacan los huesos… ¡Y ni una palabra
sale de su boca! «¿Cuántos golpes puede resistir un hombre sano?», se
preguntaría después.
Una mañana, uno de los guardias que lo
custodian entra en su celda a hacer una inspección de rutina. Tiene una manera
de comportarse diferente a los demás nazis. Fucik lo describiría así luego: «A
primera vista, una persona enigmática. Marchaba por los pasillos solo,
tranquilo, reservado, observador, alerta… Jamás se le oyó gritar. Jamás se le
vio pegar».
Casi en un susurro, le pregunta al prisionero
que si necesita algo, «…por si acaso, si quiere usted enviar un recado para
alguien… o si quiere escribir… No para ahora, ¿comprende? Sino para el futuro:
cómo ha llegado aquí, si alguien le ha traicionado, qué conducta observaba de
éste o de aquél… Para que todo lo que usted sabe no se marche con usted…».
Fucik recela y calla. Le parece un ardid de
sus captores para obtener de él información escrita. Pero, con los días, cambia
de parecer. Su instinto de conspirador lo induce a confiar. A la postre, el
guardia –llamado Afolf Kolínsky- resulta
ser un compatriota suyo. Se ha hecho pasar por alemán para
ayudar en todo lo posible a los prisioneros checos en Pankrác.
Sin parar mientes en el peligro al que se expone,
Kolínsky se encarga de hacerle llegar a Fucik, con suma cautela, un lápiz y 167
tiritas de papel higiénico. Con tan precario material el prisionero tal vez
pueda redactar su crónica póstuma. También asume la vigilancia para que no sea
descubierto.
Fucik escribiría después en su mazmorra: «Era
demasiado hermoso encontrar aquí, en esta casa sombría, a un amigo que, con el
mismo uniforme de aquéllos que no tienen para ti más que gritos y golpes, te da
la mano para que no perezcas sin dejar huellas, para que puedas dejar un
mensaje a los hombres del futuro, para que puedas hablar, al menos por un
instante, con los que sobrevivirán y alcanzarán la liberación».
Meses después, Fucik es enviado a Alemania
para ser juzgado. «¿Admite haber ayudado con sus actos a la Rusia bolchevique»,
le pregunta un juez. Y él le responde: «Si, he ayudado a la URSS y al Ejército
Rojo. Es lo mejor que he hecho en mis 40 años. (…) Ahora van a dictar
sentencia. Sé su contenido. La muerte a ese hombre. Mi veredicto acerca de
ustedes lo he dictado hace tiempo: ¡Mueran el fascismo, muera la esclavitud
capitalista! ¡Vida al hombre! ¡Porvenir al comunismo!».
Los presos políticos de la cárcel berlinesa de
Plötzensee recuerdan que, camino al paredón, y maniatado entre dos miembros de la Gestapo, iba tarareando La Internacional. Muchos de ellos la
corearon. Era el 8 de septiembre de 1943.
REPORTAJE
AL PIE DE LA HORCA
En mayo de 1945 el fascismo es derrotado.
Gusta Fucíková, la esposa de Julius Fucik, sobrevive al campo de concentración
de Ravenbrück. Está al tanto del fusilamiento de su marido y de los rumores de
que ha dejado un documento de su puño y letra. Da con el paradero de Afolf
Kolínsky. El falso guardia de la Gestapo conserva como un tesoro las tiras de
papel higiénico donde escribió el gran periodista y revolucionario. Consiguió
sacarlas ocultas de la cárcel de Pankrác.
Entre ambos ordenan el texto y lo publican en una
edición rústica en 1952, con portada del pintor comunista mexicano Diego
Rivera. Lo titulan Reportaje al pie de
la horca, una referencia incluida por Fucik al inicio de su escrito. Según
reseña la enciclopedia cubana Ecured,
«el reportaje le salió fluido, casi sin errores, con una estructura magnífica
donde cabe desde el chiste negro del desahuciado hasta la semblanza de sus
compañeros de cárcel; desde el contexto histórico, hasta el análisis síquico
del torturador; desde la naturaleza del dolor hasta la empatía con la muerte».
Desde su aparición, el libro tuvo extraordinario
impacto en la opinión pública mundial. Tanto que ha tenido centenares de ediciones
en unos 90 idiomas y dialectos. Consta de ocho
capítulos, y comienza con el relato de la captura del autor por la Gestapo y de
las torturas que hubo de sufrir.
El texto denuncia los horrores cometidos por los
nazis durante la ocupación de Praga. También deviene antología de frases de
esperanza y amor, como esta: «He vivido por la alegría. Por la
alegría he ido al combate y por la alegría muero. Que la tristeza no sea nunca
unida a mi nombre».
EPÍLOGO
PARA UN LEGADO
En 1950, el Consejo Mundial de la Paz le otorgó
póstumamente a Julius Fucik su principal Premio. Y, desde 1968, cada 8 de
septiembre se celebra el Día Internacional del Periodista. Aunque su nombre ya
no suele aparecer en el contexto de las principales celebraciones del gremio
–cada país las ha adaptado a sus conmemoraciones específicas- la obra de este
gran periodista checoslovaco no ha perdido trascendencia.
Sus últimas reflexiones en Reportaje a pie de horca ponen de
manifiesto los sentimientos más nobles que se albergan en el alma de los buenos
seres humanos: Dicen: «También mi juego se aproxima a su fin. No puedo
describirlo. No lo conozco. Ya no es un juego. Es la vida. Y en la vida no hay
espectadores. El telón se levanta. Hombres: os he amado. ¡Estad alerta!».
Por Juan Morales Agüero