Con
la reciente muerte en esta ciudad de Eusebio González Rodríguez no solo desapareció un revolucionario cabal,
sino también la última persona que habló
desde tierra con Camilo Cienfuegos aquel fatídico 28 de octubre de 1959, cuando
la avioneta donde viajaba el Héroe de Yaguajay desapareció sin dejar rastros.
Desde inicios de aquel año, Eusebio trabajaba a sus órdenes como miembro de un
grupo especial coordinado por el también desaparecido Comandante Cristino Naranjo.
Todo
comenzó días antes del drama, en la madrugada del 21 de octubre, cuando poco
más de una veintena de personas, junto a Camilo y a Cristino, despegaron del
aeropuerto de Ciudad Libertad
rumbo a Camagüey. El grupo y su carismático líder volaban a la tierra de los
tinajones para enfrentar y poner coto a los intentos de sedición de Huber Matos,
jefe militar de la provincia, cuya conducta divisionista había provocado
profundo rechazo entre la población agramontina. Camilo tenía órdenes expresas
de arrestarlo.
La
situación se solventó sin disparar un tiro aquella misma mañana en el
Regimiento Ignacio Agramonte. Camilo regresó por aire a La Habana el 25 de
octubre. Al día siguiente pronunció desde la terraza norte del Palacio
Presidencial su discurso, donde los conocidos versos del poeta Bonifacio Byrne
alcanzaron inusitadas dimensiones: Si deshecha en menudos pedazos / se llega a
ver mi bandera algún día / nuestros muertos alzando los brazos / la sabrán
defender todavía.
No
sospechaba el guerrillero de la barba, la sonrisa y el sombrero alón que la
encendida arenga iba a ser su testamento revolucionario.
La
noche siguiente cenó en el restaurante habanero Rancho Luna con Jorge Enrique
Mendoza, entonces delegado provincial del Instituto Nacional de Reforma Agraria
(INRA) en Camagüey. Le dijo: «Mañana vuelvo a tu
zona para resolver de una vez y por todas la confusión que dejó allá la
maniobra de Huber Matos. Me voy temprano y pienso estar de regreso al
atardecer». Así lo hizo, y a las cinco de la tarde estaba listo para subir al
Cessna para el retorno.
Según
dijeron a la prensa de la época varios testigos, durante su fugaz estancia en
la terminal camagüeyana Camilo bebió una malta y compró tabacos. Un trabajador
del aeropuerto declaró años después: «En la pista estaba estacionado un avión
del tipo DC-3 y Camilo fue hasta allí a saludar a su tripulación. El capitán de
la aeronave lo invitó para que hiciera el viaje con él, pero Camilo se negó.
Fariñas, el piloto del Cessna, aseguró que el combustible que tenía en el
tanque alcanzaba para llegar sin problemas a La Habana».
El
pequeño avión despegó a las seis y un minuto de la tarde. Sus únicos
pasajeros eran el Comandante Camilo Cienfuegos, el piloto Luciano Fariñas
y el soldado rebelde Félix Rodríguez. Algunos detalles de aquella infausta
jornada los explicó años más tarde al periódico Juventud Rebelde el
tunero Eusebio González, quien había llegado ese mismo día a Camagüey después
de trasladar a Isla de Pinos
a un grupo de oficiales implicados en el caso de Hubert Matos.
«Eran
alrededor de las cuatro de la tarde cuando Camilo me mandó a buscar y me
encargó llevar para La Habana a un sujeto que había estado alzado y cometió
varios crímenes —declaró—. Me ordenó que lo dejara en la prisión de Torrens.
Luego me entregó las llaves de dos carros. “Te espero mañana temprano en el
Estado Mayor”, me dijo en la
despedida. Mi gente y yo arrancamos hora y media después.
«Al
anochecer, uno de los autos hizo cortocircuito y tuvimos que parar. Llamé por
microonda a la torre de control de Camagüey, porque pensé que debía informar a
Camilo que no llegaríamos a la capital a la hora prevista. Unos 40 minutos
después, el avión suyo hizo contacto con nosotros, que íbamos ya por territorio
villareño. Félix preguntó si habíamos resuelto el problema y le dije que sí.
Entonces oigo a Fariñas, el piloto, que dice: “Nos tenemos que desviar”.
«Al
oír eso exigí que me pusieran al habla con Camilo, quien parecía que estaba
leyendo o algo así. Me dijo: “No, no hay problemas, Eusebio, no te preocupes.
Dice el piloto que nos desviamos porque hay una tormenta…, que nos tenemos que
desviar o no sé qué… Nos desviamos…». Y ahí se cortó la comunicación. Insistí
una y otra vez, pero la torre de control de Camagüey no pudo restablecerla».
Durante
el resto del viaje hasta La Habana, Eusebio intentó conocer si Camilo había
llegado sin contratiempos. Pero sus interlocutores le decían que todavía no.
Cuando cumplió la misión de llevar y entregar al detenido en la cárcel de
Torrens, se fue hasta el Estado Mayor. Allí lo aguardaba una sorpresa: ¡todos
los oficiales confiaban en que Camilo viajaba con él en los automóviles! Al
comprobar que eso no era cierto, Eusebio fue testigo de sentidas expresiones de
dolor.
Lo
que vino después, por lo trágico, resulta conocido. Como diría a la edición de Juventud Rebelde,
«cada pedazo de agua y tierra entre La Habana y Camagüey fue minuciosamente
inspeccionado. En el rastreo participaron aviones y avionetas, helicópteros,
lanchas y miles de personas que exploraron en el mar, los cayos, los pantanos y
las zonas cenagosas de la
costa. Pero en vano: la certidumbre de la pérdida crecía
inexorablemente».
A
pesar del tiempo transcurrido, Eusebio González Rodríguez siempre recordó a su
jefe con el mismo aprecio y respeto de los años en que fue su subordinado. Siempre
dijo que la fortuna estuvo de parte suya aquel 28 de octubre de 1959, cuando
quiso que fuera él la última persona en tierra en hablar con Camilo.
«Cierro
los ojos y me parece verlo con su uniforme verdeolivo, jaraneando con la gente
o dando órdenes precisas —me dijo una tarde en el portal tal de su casa—. Sabía
comunicarse lo mismo con un campesino analfabeto que con un graduado
universitario. Tenía ese don. Nunca olvidaré la vez en que me echó en el
bolsillo unas novelitas vaqueras de aquellas que se publicaban antes. “Eso es
para que leas”, me dijo. Y se batió de la risa».
Un
día, durante una entrevista periodística, el reportero le preguntó: «¿A quién
le gustaría que se parecieran sus hijos?». Y le respondió, resuelto: «Quisiera
que fueran como Camilo». Porque para él, el Señor de la Vanguardia fue
paradigma y referente de revolucionario.
«Camilo
fue un cubano de pura cepa —acotó aquel día—. De esos que inventan una broma en
el aire, juegan pelota en cualquier solar o ayudan a los necesitados con sus
propios recursos. Pero también de los que saben vestirse de héroes y apretar
filas cuando la Patria
los convoca».
La
desaparición del Señor de la
Vanguardia devino extraordinaria pérdida. ¡Ni siquiera sus
restos mortales se encontraron! Pero, como hace unos años acotó en sentidas
imágenes un reportero que lo entrevistó, «el pueblo encontró la manera de darle
un homenaje en esas mismas aguas donde duerme, y millares de flores van a parar
al mar cada año en busca de Camilo. Y le llegan, no importa donde esté«.
Eusebio González siempre lo supo.
Por Juan Morales Agüero