domingo, 15 de noviembre de 2020


Los periodistas solemos padecer ante el desafío de una cuartilla en blanco. En efecto, «arrancar» con la primera oración deviene tragedia cuando nos empeñamos en buscar una imagen atractiva, capaz de atraer la atención de esa persona importante, rigurosa, inteligente y desconocida llamada lector.

Uno de nuestros absurdos es creernos protagonistas de las historias que contamos. Lo hacemos, a veces, para conmover a la personalidad que hemos entrevistado; o al profesor que nos impartió el género en la universidad; o a la muchacha que nos dice –a veces por mera cortesía- cuánto nos admira.

Realmente, nuestro destinatario natural es otro. Es la persona que intenta leer nuestra crónica dentro de un ómnibus abarrotado. O sentada en un banco del parque mientras aguarda por la llegada de su pareja O a la espera de que comience la venta en un mercado. O en su domicilio, oficina, guardia…

Todas esas personas dejarán de leernos y buscarán un entretenimiento mejor si no conseguimos retenerlas con un texto bien escrito y mejor contado. «Es más fácil capturar a un conejo que a un lector», dijo Gabriel García Márquez. Y nadie como él podría testificarlo con tanto conocimiento de causa.

Como esos anónimos destinatarios dejarán de seguirnos a la primera ocasión –nadie está obligado a leer lo que no le agrada-, la primera frase salida del teclado deberá ser la más importante de nuestra vida. Y también la segunda, la tercera y la final. Porque nosotros sí estamos obligados a escribir… bien.

¿Y cómo se escribe bien? Ahhh, ¡quién lo supiera! Enrojezco de envidia (alguien dijo que envidiar es admirar con rabia) cuando leo algo redactado con sencillez y sin artificios, que tal parece escrito de una sola sentada. Un buen texto tiene siempre ideas claras, frases cortas y mucha originalidad léxica.

Incluso, los asuntos más peliagudos pueden ser tratados con soltura. Siempre debemos pensar en ese lector invisible al que me referí. Él preferirá cambiar de página antes de acudir al diccionario en busca del significado de una palabra rebuscada que tuvimos la pésima idea de insertar en nuestro reportaje.      

Al contar la historia también erramos. No pocos caemos en un «embrollo» de datos superfluos y de elementos subalternos. Como dice el periodista norteamericano Tim Radford, «si un tema es enredado como un plato de espaguetis, considera tu historia como un solo espagueti extraído con cuidado. El lector agradecerá que le hayas dado una parte y no el plato completo».

Por último, no debemos comenzar a escribir hasta no haber definido cuál será nuestra historia. Si la frase inicial puede resumirla, mejor. Una vuelta de tuerca a nuestras neuronas puede resultar. Con ese esfuerzo siempre se encuentra un giro ameno y sintético capaz de cautivar y retener al lector.

En fin, escribir sencillo es, quizás, la tarea más difícil de la profesión. Pero no hay que cortarse las venas por eso. Quienes escribimos podemos sortear decorosamente ese valladar. Eso sí, siempre que meditemos cada palabra, cada idea, antes de mancillar la pureza de la cuartilla en blanco.

Por Juan Morales Agüero

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