Cuando veo o escucho en la televisión o en la radio un material periodístico en cuyo contenido el interés humano deviene actor principal, me pregunto por qué la prensa escrita no lo retoma para contar su historia a partir de las posibilidades que el medio le confiere.
Hay una verdad
irrefutable: la mayoría de los cubanos suele conocer por la imagen o el sonido
- antes que por la palabra impresa- los
detalles de un acontecimiento noticioso. Incluso, algunos de ellos manifiestan:
«¿Para qué me voy a preocupar por leer lo que ya vi o escuché?»
Tengo la certeza de que
la preferencia de muchos receptores por las noticias graficadas y habladas se
fundamenta en que la prensa escrita se ha vuelto convencional en la
presentación de sus textos. Además de carecer muchas veces de atractivos
estilísticos, no se aprecia en su factura un intento de exploración estética.
Igualmente, el uso de técnicas narrativas, capaces de dotarlas de amenidad, es
casi nulo.
«¿Cómo seducir hoy a un
lector que, cuando llega a las páginas de un diario, ya ha sido informado por
la televisión, por la radio o por Internet? –se pregunta, intrigado, el
periodista argentino Tomás Eloy Martínez-. Ante este dilema, que es el gran
desafío del siglo XXI para la prensa escrita, solo un periodista con vocación
de narrador, que se atreva a dejar en tierra las cifras para remontar vuelo con
el corazón de un relato, logrará que se identifiquen los destinos ajenos con el
propio».
Le asiste toda la razón
el autor de Santa Evita. La imaginación y la fantasía al escribir parecen como
esfumadas, evadidas de algunas de nuestras redacciones periodísticas. En su
lugar, ha tomado posesión un discurso gastado y desabrido, incapaz de provocar
el interés de los lectores. Tamaña esterilidad es, casi siempre, hija de la
pereza.
«Decir “murieron 100 personas en
terremoto en Bangla Desh” no es lo mismo que escribir “Shakir Bandar, de 5
años, estaba jugando con una pelota de trapo cuando una ola gigante se le vino
encima, se llevó su casa y lo mató junto a otras 100 personas”, ejemplifica
Tomás Eloy. Se trata de la misma información. La primera es rutinaria; la
segunda, explota literariamente el factor humano para atrapar al lector.
La cuestión no es
narrar por narrar, porque no todos los materiales –ni todos los periodistas- se
prestan para ese ejercicio. Algunos piensan que narrar es soltarles las riendas
a la imaginación y a la invención. Con semejante actitud parecen olvidar la
sensibilidad de nuestro oficio, capaz de activarse ante la más tenue falsedad.
Y lo que es peor: capaz de desintegrar la confianza que le es tan
necesaria.
Hace falta literatura,
creación y búsqueda en nuestro periodismo escrito. Se puede conseguir. Dejo que
lo explique Tomás Eloy Martínez:
«Un periodista no es un
novelista, aunque debería tener el mismo talento y la misma gracia para contar.
Un buen artículo no siempre es una rama de la literatura, aunque debería tener
la misma intensidad de lenguaje y la misma capacidad de seducción. Y, para ir
más lejos y ser más claro: un buen diario no debería estar lleno de grandes
relatos bien escritos, porque eso conllevaría a la saturación y al
empalagamiento. Pero si quienes leen periódicos no encuentran en sus páginas una
crónica que los hipnotice tanto como para que lleguen tarde a sus trabajos o
como para que se les queme el pan en la tostadora del desayuno, entonces no
tendremos por qué echarle la culpa a la televisión, a la radio o a Internet de
los eventuales fracasos, sino a nuestra propia falta de fe en la inteligencia
de los lectores».
Por Juan Morales Agüero