La fotografía deportiva estuvo de pláceme durante los Juegos Olímpicos de Tokio’2021. Los obturadores se dieron banquete con un suculento menú de semblantes, momentos y hazañas trascendentales. Miles de instantáneas se tomaron en los más variados escenarios: cuadriláteros, polígonos, canales, gimnasios, pistas, colchones, tatamis, albercas, canchas… ¡Ninguno escapó a la pupila atenta de los fotógrafos ni a los encuadres de sus visores!
Las buenas fotos olímpicas no se obtienen con un simple click. Demandan del fotógrafo observación minuciosa y saberes especializados, amén de paciencia y aguante para permanecer durante largos ratos en una misma posición, en espera del momento sublime para convertirlo de un flashazo en memorable. También precisan de la sensibilidad suficiente como para apreciar la belleza intrínseca en un acto o en un gesto, incluso más allá del hecho deportivo.
A veces, la euforia de un técnico por la gloria alcanzada por su pupilo, el ademán autoritario de un árbitro al señalar una falta técnica, el momento en que un balón penetra en la cesta de baloncesto, la amalgama de músculos tensionados sobre un colchón de lucha, los pies punteados que sobresalen del agua en un clavado o el detalle de la jabalina cuando va en pleno vuelo devienen también joyas artísticas y estéticas nacidas de la fantasía.
Pero los deportistas olímpicos no tienen la exclusiva en materia de composición fotográfica. Los propios fotógrafos suelen pasar en un santiamén de sujetos a objetos. En esta imagen de la agencia norteamericana AP, figuran varios de ellos acosando con sus lentes a la venezolana Yulimar Rojas, flamante ganadora del triple salto y criatura perseguida por las cámaras. No advirtieron que, mientras cazaban a la morocha, ellos también eran cazados.
Por Juan Morales Agüero