Sesenta y cuatro años atrás, un grupo de valerosos
combatientes dirigidos por el joven abogado Fidel Castro
Ruz, escribieron una de las páginas más gloriosas de la historia reciente
de Cuba, al protagonizar el 26 de julio de l953, el asalto a los cuarteles
Moncada, de Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo.
Materializaban con su gallarda acción, la firme disposición
de aquellos bisoños soldados de la Patria, agrupados en el Movimiento
insurgente denominado la Juventud del Centenario, de no dejar morir a nuestro
Héroe Nacional José Martí, en el año en que se conmemoraban los 100 años de su
natalicio.
El ataque, organizado bajo estricto secreto, tuvo lugar a
poco más de un año de haberse instaurado en nuestro país, una feroz tiranía
militar, surgida del golpe de estado
protagonizado por el general Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952, cuando
se autoproclamó de facto, como Presidente de la República.
Una de sus primeras disposiciones fue suprimir la vigente
Constitución de la República, proclamada en 1940 y poner en vigor los
denominados Estatutos Constitucionales, obligando a los alcaldes, gobernadores
y otros funcionarios públicos a reconocerlos para mantenerse en sus cargos.
Entre las pocas excepciones, de quienes se negaron a firmar
aquel engendro jurídico, estuvo el hasta ese momento alcalde del municipio
Victoria de Las Tunas y miembro del Partido Ortodoxo, José Hernández Cruz.
Los partidos políticos opositores a la asonada militar y
numerosas organizaciones sociales, realizaron en ese período considerables
esfuerzos, para lograr una solución pacífica y constitucional a la ruptura del
orden democrático ocasionado por el golpe. Pero todos fracasaron.
Solo Fidel y un reducido grupo de seguidores, comprendieron
que se habían agotado todas las vías pacíficas posibles para salir de la crisis
institucional creada por la dictadura y que la lucha armada era la única vía
para derrocar el régimen oprobioso instaurado en el país.
Los preparativos para una acción armada se iniciaron con
absoluta discreción.
Decenas de jóvenes de todos los sectores se sumaron al
Movimiento liderado por Fidel Castro, se entrenaron en el manejo de las armas e
integraron los grupos, que en julio de 1953 se trasladaron a Santiago de Cuba y
Bayamo, en el oriente del país, para escribir la clarinada del Moncada.
Algunos de ellos murieron combatiendo, otros fueron
asesinados luego de caer heridos o prisioneros y solo muy pocos lograron
escapar con vida. Con el tiempo, el revés sufrido aquel 26 de Julio, se
convirtió en una resonante victoria que sumó a miles cubanos.
Desde la prisión de Isla de Pinos, los moncadistas
continuaron su lucha y la población se identificaba cada vez más con ellos, al
punto de obligar al régimen a decretar su excarcelación en 1955.
Se iniciaba una nueva etapa de la lucha, con la bandera del
Movimiento Revolucionario 26 de Julio y la guía de Fidel, que tendría su
momento culminante en la victoria del Ejército Rebelde, en enero de 1959.
Por: Luís Manuel
Quesada Kindelán.