viernes, 23 de febrero de 2018


Tributar  para un periódico es para los profesionales de la prensa como cruzar aceros con la exigencia técnica y con la rigurosidad editorial.
Se trata de que la prosa de prisa, como agudamente llamó al periodismo ese gran periodista que fue Nicolás Guillén, no está solo concebida para llegar de una manera directa, sencilla, sucinta y completa a sus lectores potenciales, sino  también –y eso no es menos importante- con un nivel decoroso de factura estilística. Redactar es más que poner una palabra detrás de la otra: es escribir con apego a las normas del idioma y enunciar con claridad, elegancia y concisión lo que se pretende  decir.
Son numerosos los “virus” que contaminan hoy al discurso periodístico escrito. Uno de los más nocivos es el  lugar común, locución acuñada por Aristóteles en la época de oro de la oratoria griega. Se trata del uso indiscriminado de argumentos y juicios que, aunque  fueron inicialmente precisos para definir fenómenos y situaciones determinadas,  gastaron  su capacidad de sugerencia de tanto repetirse. Ninguno es capaz de ofrecer ya  una visión objetiva sobre un tema. Como funcionan en cualquier contexto, tampoco ayudan a comprender aquello de lo que se habla.
Comenzaré con un ejemplo bastante frecuente en nuestra prensa escrita: masivo acto. ¿Dice realmente algo tan simplista manera de describir una reunión de cierta cantidad de personas? ¿Logra alguien  hacerse una idea más o menos exacta de si fueron cien o mil los individuos participantes? Definitivamente, no. ¿Y saben por qué? Pues porque nos hemos acostumbrado a emplear la frase con análogos propósitos tanto cuando cubrimos una graduación estudiantil de secundaria como cuando reseñamos una  concentración en apoyo a la Revolución.
Otro caso notorio es el de «merecidas vacaciones». Decimos: «Fulano de Tal no pudo estar presente porque se encuentra disfrutando de unas merecidas vacaciones». El lector se pregunta al vuelo: «¿le consta al periodista que esas vacaciones son merecidas? ¿Por qué las califica con esa seguridad? ¿No sería más sensato para él limitarse a decir que la persona en cuestión está, sencillamente, de vacaciones... y punto?»
Podría citar un rosario de ejemplos de parecido corte. Todos, sin excepción, padecen el mal de la pobreza léxica y del acomodamiento estilístico. Miren: personalmente, he dejado de tener en cuenta al entrevistado que ciertos colegas pretenden vender en titulares como... «un digno ejemplo». Sí, asumo el riesgo de que tal vez esa persona lo sea. Pero, ¿acaso no se le endilgan esos mismos epítetos a cuanto interlocutor más o menos destacado aparece en las páginas de nuestras publicaciones? ¿Por qué abusar de un enunciado cuyo empleo  debe reservarse solo para casos excepcionales? Quien se limite a cumplir con sus deberes puede quizás ser un buen ejemplo, pero no necesariamente un digno ejemplo, que es un calificativo de talla mayor. Digno ejemplo desborda lo común. Y, como calificamos  a tanta gente de digno ejemplo, pues para el lector ya casi ninguno lo es. 
Pregunto: ¿a quiénes se les activan las papilas gustativas cuando leen «aromático grano» en un material periodístico referido al café?  ¿Alguien siente deseos de tomarse un vaso guarapo cuando la letra impresa insiste hasta el cansancio en  imponernos el giro «dulce gramínea» en alusión a la caña de azúcar?  ¿Quién le concede ahora más importancia al agua, solo porque los periodistas nos referimos a ella como al «líquido vital»? ¿Acaso alguno de ustedes ha experimentado sudoraciones al posar la mirada sobre la frase «ingentes esfuerzos»? ¿Cuántos no hemos criticado el eufemismo «larga y penosa enfermedad» con que hacen referencia las notas necrológicas a algo que se llama simple y llanamente cáncer?
Y así «combativa demostración, éxito extraordinario, conducta íntegra, trabajador incansable, sentida demostración de duelo, impecable hoja de servicios, fervor patriótico, luctuosa ceremonia, cálidos elogios, sentido pésame, hazaña inigualable»... Vale acuñar frases que rompan con la monotonía lingüística y contribuyan a darle color al idioma. Pero, ¿hasta cuándo vamos recurrir a su uso para describir siempre similares circunstancias? ¿Hasta cuando les vamos a dar voz para después, en un acto de cruel lengüicidio, condenarlos a la mudez semántica?
Un vicio consanguíneo con el lugar común es la adjetivación. «Los adjetivos son las arrugas del estilo», ha dicho Saramago. Cuando los insertamos sin razones justificadas, abruman y confunden. El buen periodismo se caracteriza por la parquedad en su uso, y solo apela a ellos para escoger los más concretos, simples, directos y definidores. ¿Por qué obligar a un sustantivo a viajar por texto y contexto del brazo de un adjetivo que no necesita o le viene grande? Si calificamos a cualquiera de excelso, fantástico, eminente, incomparable, ilustre, insigne, notable, magnífico..., ¿qué dejamos después para las personalidades de primera línea?
Las llamadas muletillas también se las traen.  Son frases improductivas, inútiles que no le aportan absolutamente nada ni a las ideas desarrolladas en la cuartilla ni al discurso periodístico propiamente. Todos los que ejercemos la profesión hemos incurrido alguna que otra vez en su nefasto uso. Les pondré algunos ejemplos: asimismo, en otro orden de cosas, por otra parte, ahora bien... Pruebe a eliminarlas y advertirá, sorprendido, que la redacción adquiere más fuerza y más elegancia sin la presencia de semejantes rémoras. Debemos estar siempre alertas contra ellas, pues, a pesar de someterlas a vigilancia, suelen  deslizarse  muy fácilmente.
En fin, quien aspire a tener lectores debe respetarlos, y eso solo se consigue cuando se pulimenta el estilo y se conciben textos aspirantes a modelos de limpieza, claridad, exactitud y elegancia en el uso del idioma..
Sobre tal asunto son magistrales estas palabras de García Márquez en su artículo El mejor oficio del mundo: «Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente.»   
Por Juan Morales Agüero

Acontecer

Opinión Gráfica

Noticias destacadas de Las Tunas

Siguenos en:

siguenos en facebook siguenos en Twitter Rss feed

Video destacado

Entrada destacada

Ganan realizadores de Tunasvisión Gran Premio Caracol de la Uneac

El documental Espírita sesion, de los realizadores de Tunasvisión Waldina Almaguer Medina y Gianny López Brito , ganaron el Gran Premio en ...

De Cuba

Del Mundo