jueves, 6 de febrero de 2020

«Carrera difícil, la mía, Matemática. El Periodismo no se le compara, ¡es como un círculo de interés!», me dijo un día, en broma y en serio, un amigo de mis tiempos en la Universidad de Oriente. Y –como para neutralizarme con un argumento que le pareció apabullante- sacudió ante mis ojos un cuaderno lleno de ecuaciones y de combinadas que me hicieron recordar los caracteres del alfabeto japonés.

En efecto, la ciencia de los números entraña aplicación y exigencia. Lo pude confirmar en cada oportunidad en que los de mi grupo llegábamos a la residencia estudiantil pasada la media noche –y pasados de tragos-, después de unas horas de juerga, y lo encontrábamos a él y a varios de sus compañeros «mechando» en un salón de estudio para enfrentarse a un seminario o a un examen.

Sí, todas las carreras tienen sus complejidades. Pero se les llega a dominar de acuerdo a la actitud y la aptitud. Cierto: los periodistas no somos expertos en álgebra ni en geometría. Los matemáticos tampoco en gramática y estilística. Así que cada uno a su oficio, como en la fábula de Emerson, en la que la montaña quiso dar lecciones de grandeza a la ardilla, y se topó son su original réplica: «Ni yo llevo los bosques a la espalda, ni usted puede, señora, cascar nueces».

Los primeros años de ejercicio periodístico son definitorios en la formación de un reportero de raza. La academia proporciona herramientas para entender las sutilezas de la profesión. Pero es frente a la virginidad de una página y en la cacería de noticias donde se fragua y pule el oficio. Sí, porque el periodismo es, exactamente, eso: profesión y oficio. Y ambas cosas se ponen de manifiesto no solo a la hora de formular preguntas, sino, además, a la hora de las coberturas.

Cuando la dirección de un medio de prensa le encomienda a uno de sus reporteros o de sus corresponsales cubrir una visita de primer nivel, el estrés y la ansiedad se disparan. Todo comienza varias horas antes de iniciarse el recorrido. Para entonces ya el periodista debe tener de alta su equipamiento técnico, conocer qué medio de transporte abordará y cuál será el itinerario a seguir.

El momento en que la comitiva toma carretera es uno de los más peliagudos de la jornada. Si el vehículo en el que se desplaza el visitante está en perfecto estado técnico –por obvias razones, siempre lo está-, pisarle los talones a bordo de otro menos dotado será una misión poco menos que imposible, por mucho que el conductor se esfuerce en darle alcance. A Usain Bolt nadie lo supera.

Lo recomendable es llegar primero a las escalas, para tomar posición donde haya mejor visibilidad y estar presto para el arribo del grupo principal. Pero casi siempre ocurre lo contrario. Se llega de último y eso obliga a tirarse del carro a toda prisa y protagonizar un corre-corre -en ocasiones aparatoso- con la encomienda de recuperar a toda costa la información perdida en el menor tiempo.

La cobertura es también un desafío difícil Si es en un central azucarero, un taller de ensamblajes o una empresa metalúrgica, el ruido de las máquinas no dejará escuchar lo que el visitante conversa con sus directivos. Entonces habrá que preguntarles a los funcionarios que lo acompañan qué dijo y qué sugerencias dejó para hacer más eficiente la producción. Y así en esta escala, y la otra y la otra.

La última fase de la cobertura es el regreso y el drama ante la cuartilla en blanco. Hay que transcribir lo grabado, descifrar nuestros propios jeroglíficos, poner en orden las ideas, torturaros en busca de la escurridiza primera línea y comunicarles a quienes aguardan por el reportaje que no se preocupen, que en pocos minutos tendrán en sus manos 160 líneas con lo fundamental del recorrido del visitante.

Luego de aporrear las teclas de la PC durante un buen rato, de eliminar enunciados completos, de incorporar otros, de borrarlos todos, de comenzar otra vez desde el principio, de corregir ortografía, de verificar cifras, de padecer tras un buen título, de contestar al teléfono a quien pregunta por cuarta vez que si falta mucho…, le ponemos punto final al texto, lo adjuntamos a un mensaje electrónico, lo enviamos a la redacción del medio y solo entonces, como salidos de un trance, y con un orgásmico suspiro de victoria, finaliza la tortura y vuelve la normalidad.

En fin, el Periodismo no será la profesión más difícil del mundo -¿acaso alguna lo es?-, pero tiene sus complicaciones. Me gustaría ver al amigo que lo compara con un círculo de interés en medio del torbellino de una cobertura difícil, corriendo, preguntando, grabando, anotando, sufriendo… Y todo con la presión del tiempo y del azote del estrés en papeles de verdugos. Apuesto a que cambiaría de opinión.


Por Juan Morales Agüero

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