Un partido de béisbol sin público

Un partido de béisbol sin público es como si se le hubiera suprimido al espectáculo una de sus pistas de audio: esa que vibra con cada batazo, la que grita, anima y sufre con la misma intensidad que goza.

Los requerimiento sanitarios de estos tiempos de pandemia decretaron la ausencia de aficionados en los encuentros de esta Serie Nacional 60... y eso se nota.

Ahora, sin embargo, se escuchan otros sonidos. Esos que se nos perdían en bullicio de la multitud: los improperios impublicables de los lanzadores cuando su envío hacia el plato no sale como ellos esperan, la orientación del mánager desde el banco; el grito del coach al corredor; o hasta las exhortaciones de los compañeros de novena a quienes están sobre el terreno.

Uno llega a sentirse extraño al reparar que es posible hacer realidad el sueño de cualquier aficionado. Sí, porque el apasionado del juego le grita a sus peloteros sin importarle que, sumido en la muchedumbre, la probabilidad de que su exclamación sea escuchada es prácticamente nula. En este nuevo escenario cada vocablo exclamado probablemente llegará a los oídos del jugador porque el silencio es casi absoluto.

La nueva “normalidad” del béisbol de primera categoría en Las Tunas es palpable también al contemplar la grada de tercera base casi absolutamente vacía. Apenas unos agentes del orden público y los integrantes del equipo local que no verán acción en el juego rompen la monotonía en el desierto de los escalones de hormigón. Esa zona del “Mella”, bautizada por mi amigo Dubler Vázquez Colomé como la de la “aristocracia" de la afición verdirroja, ni en los peores tiempos del equipo ha quedado tan exenta de aficionados como en estos días.

Entonces de vez en cuando, entre clicks y clicks de la cámara me permito algún que otro mensaje llevado a voz en cuello, o lanzo un grito... como el otro día, cuando Yunieski Larduet decidió el encuentro con su jonrón en las postrimerías del partido.., va y lo hago pensando en los miles que desearían estar en mi lugar.

Texto y foto: István Ojeda Bello