Allá por mi época de estudiante de Periodismo en la
Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, entre los años 1988 y 1993, le escuché decir a un profesor en el curso de una
conferencia docente: “El periodista debe saber algo de todo y todo de algo”.
Confieso
que el retruécano me agradó tanto por su ingenio como por su mensaje. Pero un
detalle no me satisfizo: ¿y por qué solo el periodista?, ¿por qué dejar fuera a
quienes son ajenos a la tinta, la cámara y el micrófono? El lector coincidirá
conmigo en que en materia de saber –de todo o de algo- hay mucha gente en Cuba
con deudas por saldar.
Están los
estudiantes de secundaria, por ejemplo. No son pocos los padres y maestros
preocupados por la formación cultural de esos muchachos aún inexpertos. Y no me refiero a la formación concretada en
el aula, porque esa cae pocas veces en saco roto. Aludo a la que se conquista
trabando amistad con los libros, el cine, los museos...
Para ser culto
es necesario tener un hambre voraz por conocer algo nuevo. Pero muchos de
nuestros estudiantes no han dado aún indicios de tener ese apetito. La insuficiencia no es
exclusiva de la gente joven. He tropezado con profesionales competentes y doctos
en lo suyo, pero con una ignorancia colosal en temas que desbordan su
especialidad. Personas capaces de dictar una conferencia magistral sobre
computación o filosofía, pero que palidecen cuando le preguntan si leyeron
recientemente algún libro conocido.
Siento
pena cuando ocurren esas cosas. ¿Quién es el culpable? Pienso que la propia
persona. A la escuela no se le puede tildar de irresponsable por no asumir una
función que se le va de las manos. Solo se le puede exigir orientar, sugerir lecturas,
recomendar un buen filme... Pero hasta ahí. Porque la cultura general no se
adquiere por decreto. Requiere voluntad de quien la necesita y constancia para
echarle cimientos.
LO otro
corre a cuentas de cada quien por procurarse conocimientos generales
suficientes como para no hacer el ridículo cuando se hable de un asunto
difícil. ¿Quién dijo que solo los filólogos deben conocer las sutilezas de la
lengua materna? ¿Quién les otorga la exclusividad a los historiadores a la hora
de explicar cómo se desarrolló la batalla de Girón? ¿Quién sostiene que a nadie,
sino a los políticos, le corresponde estar al tanto de las relaciones
internacionales y de su acontecer noticioso?
Se trata
de un tema en el que los padres tienen incidencia. Uno me dijo hace poco: “A mi
hijo no le gusta leer como a otros muchachos”. Le pregunté: “¿y a ti te gusta?”
Me confesó que no. Muchos de los padres
actuales nacieron y se criaron en el último medio siglo. Ellos no pueden
justificar que no tuvieron oportunidades de adquirir el hábito de lectura por
imperativos extra docentes. Si en algún momento renegaron de la escuela o no se
dejaron cautivar por el encanto de los libros, no pueden pretender ahora que
sus bisoños hagan lo contrario. Aunque nunca es tarde para intentarlo si se
predica con el ejemplo.
Estas
reflexiones me hicieron recordar aquella observación de mi profesor en la
universidad: el periodista debe saber algo de todo y todo de algo. Al terminar
la conferencia me le acerqué y le dije: “profesor, ¿no le parece que la frase
quedaría mejor si en lugar de periodista pusiéramos personas?” Él me miró un
momento, meditó y finalmente me dijo: “Estoy de acuerdo”.
Escrito por Juan Morales Agüero