domingo, 10 de octubre de 2021




Por estos días, la Universidad de Las Tunas Vladimir I. Lenin celebra los 15 años de fundación del curso regular diurno de la carrera de Comunicación Social. ¡Qué rápido se fue el tiempo! Tuve el honor y el placer de integrar su primer claustro docente, un hecho al que le reservo un espacio afectivo y entrañable en mi biografía existencial.

Fueron numerosos e intensos los momentos vividos en sus recintos. Nunca olvido mi primer día frente a aquel grupo inolvidable, donde la inteligencia y el entusiasmo tomaban asiento en cada pupitre. Me presenté a impartir Fundamentos del Periodismo, con mi clase lista y la palabrería a la que recurrimos en el debut los malos profesores:

«Buenas tardes, me llamo Fulano de Tal, soy periodista y espero que en este curso todo nos salga bien. Advierto que no tolero indisciplinas ni impuntualidades. ¡Soy exigente en eso! Pero cuenten conmigo para lo que sea”, y así bla bla bla… Como percibí que nadie me prestaba la menor atención, la sensatez me conminó a interrumpir la cháchara.

Fue el momento justo que eligió uno de los estudiantes para soltarme aquella bomba de profundidad de la que, afortunadamente, conseguí salir sin lesiones. Me dijo, sin medias tintas: “Profe, usted nos acaba de decir que es periodista, ¿qué opina del periodismo cubano? Yo creo que está en llamas. ¡No hay un periódico que se pueda leer!”

Me sorprendió un recibimiento tan intempestivo, justo el día de mi estreno. Pero no podía mostrar inseguridad y mucho menos carencia de argumentos. De manera que asumí la respuesta como algo en lo que me jugaba respeto y prestigio. Tomé distancia del “teque”, y, en su lugar, ejemplifiqué, critiqué, defendí, celebré, comparé…

La motivación incendió aquel auditorio joven y el encuentro tomó otro rumbo: en vez de una fastidiada sesión de teoría, se desató un debate interesante, con opiniones a favor y en contra. En fin, admití lo que debía admitir y refuté lo que debía refutar. Cuando vine a reaccionar, habíamos consumido el tiempo de docencia y hasta el del receso.

Conclusión: mi conferencia nunca llegó a consumarse y yo establecí con mis alumnos una relación de amistad y camaradería que los años han conservado y fortalecido. También me convencí de que la preparación y la actualización, además de responsabilidad elemental de todo docente, devienen garantías para ganarse el respeto.

Siempre digo que mi etapa como profesor universitario (culminó al curso pasado) fue una de las más provechosas de mi carrera. Disfruté con fruición cada encuentro y de todos aprendí. El intercambio me enriqueció tanto en lo académico como en lo espiritual. Mis clases, por cierto, no solían ser paradigmas de maestría pedagógica.

No soy profesor de carrera. Apenas un diletante que disfruta enseñar y aprender. Sin proponérmelo, conseguí que a mis estudiantes les gustara más y entendieran mejor el Periodismo, esa profesión a la que el escritor colombiano Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura, llamó en una oportunidad «el mejor oficio del mundo».

Por Juan Morales Agüero

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