El periodismo escrito es una especialidad en constante
cambio. De ahí que los lectores esperen siempre de sus materiales sugerencias
distintas, no solo en cuanto a contenido, sino también a forma. Casarse con una manera de escribir
constituye, por tanto, una manera de ahuyentar simpatizantes. Es la razón por
la cual un texto debe interesar desde el título hasta el mismísimo punto final.
Muchos de nosotros, profesionales de la letra impresa,
incurrimos de vez en vez en el imperdonable pecado de elaborar casi al calco
nuestros reportajes informativos o de interpretación. Al emplear siempre las
mismas estructuras escritas -que tal parecen clonadas- no nos percatamos de que
con ello le damos la espalda a la diversidad de sectores que alimentan y dan vigor a la profesión.
Tom Wolfe, autor de ese clásico que es El nuevo periodismo,
lo dijo de la siguiente manera cuando “descubrió” las enormes posibilidades que
ofrece el periodismo escrito a sus practicantes:
Lo que me interesó no fue solo el descubrimiento de que era
posible escribir artículos muy fieles a la realidad empleando técnicas
habitualmente propias de la novela y el cuento. Era eso... y más. Era el
descubrimiento de que en un reportaje se
podía recurrir a cualquier artificio literario, desde los tradicionales
dialoguismos del ensayo hasta el monólogo interior, y emplear muchos géneros
simultáneamente o dentro de un espacio relativamente breve, para provocar al
lector de forma a la vez intelectual y emotiva.
Acto seguido, Wolfe la emprende contra los reporteros que
jamás recurren al diálogo como recurso noticioso-narrativo, y recomienda
revisar bien las posibilidades tipográficas que ofrece la computación para
sazonar un buen material lleno de matices y de efectos, especialmente en las
entradas, que son algo así como el señuelo para atrapar la atención de los
lectores y que pueden ser tan variadas como las propias intenciones del
escribiente.
En este trabajo hablaremos sobre esas entradas, virtuales puertas
de acceso a la sustancia periodística, a las cuales debemos ponerle alma y
corazón si queremos evitar el panfleto y que nuestros reportajes pasen sin
penas ni glorias. Hay que buscar siempre lo diferente, porque quien busca suele
ser premiado a menudo con el hallazgo. Y
no solo lo diferente, sino también lo singular. Sobre esto hay un texto llamado
El desván del periodista, del norteamericano James Kilpatrick, que siempre me
ha gustado. Dice:
Tengo la impresión de que si alguien quiere escribir bien,
tiene que crearse el desván de la abuela: hay que guardar palabras, frases,
imágenes; hay que recolectar olores, colores, sonidos, movimientos, texturas;
tiene que cultivar una aguda percepción de lo cotidiano: el neumático pinchado,
el bombillo fundido; el cordón del zapato roto, la nota desafinada, el tercer
strike, la sensación de disgusto que invade al chofer cuando se percata de que
se ha quedado sin combustible… Hemos de ir almacenando las minucias, las
partes, sabiendo que algún día podrán hacernos falta.
Entrada de colaboración
Esta manera de arrancar apela al procedimiento de la
interpelación personal para conquistar el interés del lector desde la misma
primera línea. Se dirige directamente a él tratándolo de usted y produce el
efecto de hacer que sienta como si colaborara en el tema del reportaje. Veamos:
“Enrolle los dedos de sus manos y haga que adopten la forma de sendos catalejos. ¿Ya? Muy
bien. Consérveles esa posición, ponga
una sobre la otra y haga coincidir en ambas el agujero. Ahora, sin separarlas,
ajuste sobre uno de sus ojos la abertura de la que le queda encima. ¿Qué
observa? Solo una pequeña luz al final del tubo, ¿verdad? Pues bien, sepa,
lector, que así es como ven la realidad circundante las personas aquejadas de
una terrible patología ocular llamada por la ciencia retinosis pigmentaria”.
(Periódico 26)
Acto seguido, el periodista procede a desarrollar el tema
desde diferentes ángulos, es decir, a ofrecer detalles, entrevistar a
especialistas, introducir cifras, aportar consideraciones, citar
bibliografía... Pero ya puede decir que tiene parte de la batalla ganada,
porque comenzó por arriba y bien.
Entrada circunstancial
Aquí la redacción debe comenzar con algún aspecto
relacionado con el tiempo, el modo o el sitio donde haya tenido lugar el
suceso. Resulta muy efectiva cuando el tema que se va a desarrollar tiene
interés humano. No se trata solo de
consignar cuándo, cómo y dónde ocurrió el acontecimiento propiamente. Para
atraer la atención hay que decirlo de una manera magnética, es decir, hacer
partícipe al lector y que se imagina que
él estuvo allí, describirle la hora, las circunstancias, el sitio -¿era de
noche o de día?, ¿cómo llegó el periodista hasta allí?, ¿qué características
tenía el lugar donde ocurrió el hecho?...-. Desde luego, no siempre hay espacio
en un periódico para explayarse, pero un periodista con poder de síntesis e
imaginación puede conseguir efectos sorprendentes que repercutirán en un mayor
nivel de lectura del material en cuestión. Escuchen este inicio de un
reportaje, publicado en la revista argentina Rolling Stone, relacionado con una
adolescente, jefa de una banda de secuestradores:
No se le notaba. La última vez que Silvina cayó presa estaba
en la cama con su novio, embarazada y desnuda. La brigada bonaerense la
encontró en una casa chica de cemento blanqueada y jardín reseco con una
segunda construcción al fondo. Silvina estaba encerrada en un cuarto con Jorge,
uno de sus 11 novios, haciendo el amor bajo el aire de un ventilador de techo.
La brigada entró en el cuarto con modales bonaerenses y la sacó a patadas. “La conchadetumadre”, gritó Silvina, de 15
años cumplidos. No la dejaron vestirse. La brigada le pateó los riñones, el
estómago y las piernas. Silvina declaró día después: “Yo solo quería tener un
hijo para tener algo”. (Revista Rolling Stone, Argentina).
Se aprecia un designio, un empeño del periodista en
polarizar el interés del material informativo puesto en consideración de los
lectores. Evidentemente, el tema no tiene que ver nada con nosotros, pero hay
en la pluma de quien escribe oficio e intención. Leer ese primer párrafo
significa quedar atrapado con un argumento que se sugiere a medias, y que solo
revelará todo su significado cuando haya concluido la última línea. No en balde
fue premiado en el concurso del año 2004 convocado por la Fundación del Nuevo
Periodismo Iberoamericano que preside Gabriel García Márquez.
Entrada refranera
Muchos periodistas ni siquiera sospechamos la fuerza que
tiene un trabajo cuyo primer párrafo vaya encabezado por un refrán, una
sentencia o una frase célebre. Los temas más heterogéneos pueden ser tratados
con esta fórmula, que no excluye ni
siquiera a los asuntos de alta política. En ocasiones tal alternativa resulta
tan sugerente que no necesita, incluso, ni transcribirse en toda su extensión.
Miren este ejemplo:
Tanto va el cántaro a la fuente hasta que... Bueno, los
mercenarios a sueldo del imperialismo yanqui que operaban desde Cuba a favor de
una potencia extranjera recibieron por fin su merecido: largas condenas de
prisión. Un país como el nuestro, bloqueado y acosado durante casi 45 años por
la potencia más agresiva de la historia, no podía hacer menos que poner entre
rejas a estos quintacolumnistas empeñados en servirles en bandeja de plata el
enemigo a la nación más digna del hemisferio occidental. (Sitio Web Rebelión).
En este caso, la sentencia que encabeza el material tiene
una moraleja a todas luces obvia: era demasiado para Cuba continuar tolerando
impunemente la acción de un grupo de traidores que actuaban dentro del
territorio nacional. De ahí aquello de que... tanto va el cántaro a la fuente,
hasta que... ¿Hay necesidad de transcribir la última parte del refrán? Desde
luego que no. Este recurso funciona de maravillas cuando el periodista tiene la
seguridad de que la cláusula va a ser identificada sin dificultad por parte de sus receptores. Muchos otros
refranes, citas y proverbios, desde luego, pueden cumplir análogo objetivo si
nos detenemos a meditar sobre cómo emplearlos en nuestros trabajos
reporteriles.
Entrada literaria
¿Quién dice que las entradas literarias son solo aplicables
a los sectores de la cultura y al arte?
Supongamos que un periodista a llega a un cañaveral para hacer un
reportaje sobre una brigada destacada en el corte manual. Vista desde afuera, la caña puede parecer una
planta débil. ¡Pero pregúntele a un machetero habitual por ella para que vea!
Entonces hay que hacerle saber al lector cuán difícil de tumbar resulta esa
aparentemente frágil gramínea para los hombres que se ganan con ella la vida.
Les propongo este ejemplo de entrada periodística que sugiere, en un
indiscutible discurso literario, esta situación:
De la caña se habla mucho: se dice que la trajo Colón desde
la India, que da más y mejor azúcar que la remolacha, que de ella se saca
pólvora y no sé cuántas cosas más... Pero yo puedo hablarles de esa planta sin
ir tan lejos. La caña tiene mil caras: unas veces se empina elegante y es fácil
de tumbar, otras se arrastra por los surcos y le salen unas paticas por los
canutos que se clavan muy hondo en la tierra y hay que registrar entra la paja
y sacarla a tirones. Usted puede creer que eso es sencillo porque lo ha visto
en el cine o por televisión. Pero una cosa piensa el borracho y otra el
bodeguero. A veces, cuando se saca un tajo, uno siente que los huesos y los
dedos de los pies echan chispas y hasta el acero de la mocha, pegajoso de tanta
leña, se resiente y ya no brilla contra el sol como en la mañana...” (Manuel
Pereira, Cuba Internacional)
Obviamente, este tipo
de entrada, tan generosa en imágenes, conspira contra el reducido espacio del
que dispone la prensa escrita de nuestros días. Pero también resulta
irrefutable que el lector común se sentiría más atraído por el tema si se lo
presentáramos con poder de síntesis de esta manera sugerente y atractiva.
Entrada suspenso
Cuando usted le crea al lector una atmósfera de suspenso en
el primer párrafo, al mejor estilo de las novelas policíacas, obtiene a
menudo resultado increíbles. Es que al
lector muchas hay que sorprenderlo para
que no aguarde por nosotros, los periodistas, al doblar de la esquina. No se
trata de tomarle el pelo, sino de presentarle la noticia diferente. Veamos:
Eran las seis y media de la tarde. José pisó a fondo el
acelerador y tomó raudo por la Quinta Avenida. Con un giro de volante se quitó
de encima la parada donde aguardaban por algo en qué montarse un grupo de
personas. Una cuadra más allá, una escultura con faldas le hizo señas, y aplicó
los frenos con tanta fuerza que las inmediaciones se saturaron con el olor de
goma quemada. “Monta, mi amor”, le dijo, zalamero. Volvió a coger pista y le
hizo caso omiso a un amarrillo que lo conminó a detenerse. Y en eso lo vio por
el espejo. Un carro patrullero se le había pegado a la cola. Entonces José
detuvo la marcha, descendió de su Lada estatal y enfrentó cabizbajo la diatriba
policial por su conducta. (Revista Bohemia).
En este tipo de entrada el periodista crea una atmósfera
aparentemente apacible, un ambiente de normalidad que anuncia la ocurrencia de
algo inesperado. Entonces, de un rápido plumazo, se pone ante los ojos del
lector la intríngulis del asunto, con un final inesperado. El suspenso entraña
un recurso de extraordinaria utilidad en el periodismo de nuestros días.
Entrada descriptiva
Nada ubica tanto en tiempo y espacio a un lector de periódicos como la descripción en primera
instancia. Si de una persona determinada se trata, se hace idea enseguida de su
fisonomía, de su manera de vestir, de su
forma de mirar, de sentarse, de caminar, en fin... Si lo descrito es un lugar,
puede parecer que quien lee está allí y que camina, recorre y palpa cada
centímetro, cada detalle del sitio descrito.
Veamos este ejemplo:
Secos como ramas. Así quedaron, esparcidos en los pedazos de
páramo. Desde el tercer día de su caminata por el desierto de Arizona, uno por
uno, fueron vencidos por el infierno. Uno, desesperado, abrazó un cactus y
flageló su cuerpo con las espinas; Edgar Adrián, de 23 años, veracruzano, se
desvaneció bajo la sombra de un matorral, espejismo inútil. Frente a él, su tío
José Isidro lo vio que apretó los párpados, lloró de lágrimas y expiró.
Arnulfo, el padrino de Edgar, también de Coatepec, tampoco aguantó. Alcanzó a
esconder su cuerpo en el hoyo de un tronco. Losa47 grados derritieron su
desesperación. Murió calcinado, la piel hecha ampollas, el rostro deforme, las
manos abiertas, como si en un último intento hubiera querido aferrarse a la
vida que lo abandonó cuando más cerca creyó sentirse de ella. (Diario Reforma,
México)
La descripción en las entradas periodísticas le facilita
sobremanera el trabajo el reportero, en tanto va dirigida no solo a lo
concreto, sino también a lo abstracto, a
los sentimientos, a lo subjetivo.
Lo principal: ubica al lector, le da una brújula para que pueda
continuar el camino sin compañía.
Estas breves reflexiones sobre las entradas en los trabajos
periodísticos han intentado solamente propiciar un acercamiento al tema. Para
incorporarlas a nuestro menester profesional necesitamos imaginación y
fantasía, además de echar a un lado la abulia que suele conducirnos por los
caminos del convencionalismo. Y por cierto, no se trata solo de la entrada: sí,
es necesario entrar bien, pero también caminar con buen paso y salir mejor
cuando el punto final nos recuerde que hemos concluido la historia.
Por Juan Morales Agüero