martes, 19 de mayo de 2020

El sol debió brillar más alto ese día y también más radiante. La revolución reestrenaba fuerzas. En los campos de Cuba todo era un hervidero de disposiciones humanas. 1895 debía romper con viejos esquemas y abrir el camino para la definitiva independencia de la Mayor de las Antillas e impedir que los Estados Unidos cayeran, una vez más, sobre nuestras tierras de América.

En los campos de Cuba un hombre de frágil figura y estremecedoras palabras encendía los corazones invitando a todos los de buena voluntad a entregar sus modestos esfuerzos a la causa independentista. Para algunos era El Maestro, para otros el Delegado o el Presidente; para todos, el hombre que reiniciaba una guerra justa y en su entrega sin límites sabía poner la verdad de Cuba tan alta como las palmas.



José Julián Martí Pérez, había vivido intensamente; urgido por las penas de la Patria, anduvo febril fundando la unidad, a ratos esquiva, rebelde, difícil de lograr. Pero contra toda adversidad impuso una convicción sin par, escogió para su vida “la luz que ilumina y mata”.

Al anhelo de la independencia nacional consagraba cada respiración, la guerra y el fin de la vida física, si eran necesarias, venían acompañada de toda la gloria posible; serían entonces una vía y no un término, una prolongación donde lo imperecedero serían las ideas tejedoras del “alma invisible de la Patria.”



Donde confluyen los rios Cauto y Contramaestre cayó embestido de su propia grandeza, con el sol iluminándole la frente. Era el 19 de mayo de 1895. Recoge la historia que Máximo Gómez declaró que cada cubano que visitase Dos Ríos debía dejar en el sitio donde cayó aquel cubano universal, una piedra en homenaje a su memoria. Esas piedras simbolizarían el amor del pueblo al hombre que supo impulsar el alma cubana con su propio sacrificio.

Hoy, aquel ser útil y luminoso descansa con Patria y sin amos. En su lecho no faltan flores y una bandera cubanísima lo cubre en el tránsito hacia el futuro. Con José Martí se reafirma que la muerte puede ser vía y no término. Hacia su nicho se desliza toda una nación que se empeña en mantenerle vivo pues su pensamiento nos ofrece una luz hacia el futuro, en medio de un mundo necesitado de referentes morales y éticos.

Este 19 de mayo, en Santa Ifigenia, custodiado por un ejército del mañana, descansa el hombre bueno que a vivir no tuvo miedo y para quien la vida indiscutiblemente siempre será de cara al sol.

Por Naily Barrientos Matos

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