Siempre se ha dicho, que la vida de una persona, por muy
larga que sea, resulta una minúscula parte, comparada con el tiempo de
existencia de los seres humanos sobre la Tierra.
A cada uno nos ha correspondido vivir un momento histórico
determinado y ser testigos de las alegrías, tristezas, agonías e
injusticias, provocadas por el hombre y
las ansias de poder y grandeza de las clases dominantes, que dieron lugar a
enormes imperios, guerras de exterminio, la esclavitud y colosales construcciones.
Nadie puede escoger en que lugar y época quiere transitar su
vida, ni su protagonismo en la sociedad donde vivirá.
Si aquellos esclavos de centurias y milenios anteriores,
obligados a pesados trabajos, a combatir y a morir prematuramente, por orden de
sus amos, renegaron mil veces haber
nacido en una época tan oprobiosa, el hombre moderno, esclavizado de otras
formas más sutiles, no ha logrado librarse de esas ataduras.
Sin embargo, hay luces que iluminan esporádica o
permanentemente, para que esa terrible situación no sea para siempre.
Por eso he dicho varias veces y lo repito ahora, que me
siento enormemente satisfecho del país y del momento histórico, que me ha
tocado transitar en la historia de la humanidad.
Haber nacido en Cuba, esta isla de envidiable clima tropical
y excepcional belleza, es por si solo una gran bendición.
Pero que haya sucedido en la década de los 40 del siglo XX,
fue una suerte, que no han tenido muchos.
Ser testigo de una feroz dictadura militar, de las luchas
para derrotarla, de la victoria de 1959, del incesante batallar de Fidel Castro
y sus seguidores por la Revolución Socialista, es un enorme privilegio.
Como también lo es, haber ejercido el periodismo honesto y
revolucionario, contribuir a sembrar ideas renovadoras, compartir los
vertiginosos avances de la ciencia y la técnica y asistir al arribo de un nuevo
milenio.
Aún así, sabemos, que
al terminar nuestras vidas, quedarán a las generaciones futuras, muchas
injusticas que superar y batallas que librar, para que nuestro planeta proporcione abrigo, paz y felicidad para
todos.
El dilema en que nos encontramos, es la gran ecuación a
resolver por la Humanidad, de lo
contrario no habrá testigos para escribir la nueva historia.
Por: Luís Manuel
Quesada Kindelán.