Si ganas, si el éxito por fin está en las manos, estallas en un grito, tocas tu bandera en la ropa o sencillamente levantas tu dedo índice en señal de satisfacción. Si pierdes, el fracaso duele y sientes que el mundo se ha empequeñecido hasta el extremo. Entonces no quieres levantarte del piso o del asiento. Quisieras desaparecer, volverte invisible o hasta retroceder el tiempo y tener una segunda
oportunidad.
Rompes a llorar con la misma intensidad cuando suena tu himno nacional, o cuando el sueño de años lo ves evaporado en fracciones de segundo. Con el oro el pecho ya no quieres separarte de él y hasta
duermes con la medalla para convencerte de que es cierto. Si las cosas no salieron como esperabas pierdes el habla, el apetito, hasta que te convences que este no ha sido el final, que siempre habrá un mañana. (en la foto) Sabrina Ameghino de Argentina que no pudo contener su llanto emocionado al ganar el oro en la canoa (K1 200M). Foto Flávio Florido / Lima 2019.
Por István Ojeda Bello esviado especial del Periódico 26 y Cubadebate