(Hoy, este 4 de diciembre, el recordado doctor, colega y amigo Pedro Osmundo Verdecie Pérez (Pedrito) hubiera cumplido 103 años de edad. Esta entrevista se la realicé en su casa en el año 2000. Pedrito falleció el 10 de enero de 2008, a los 89 años de edad).
Su buró es un auténtico muestrario de objetos diversos. Dentro de un canuto de bambú de El Cornito, asoma una punta la réplica de la pluma de El Cucalambé, de la que sus méritos lo hicieron acreedor. Abierto en las páginas 51-52, figura un pequeño volumen de poesía de Sor Juana Inés de la Cruz, regalo de su esposa Olga. Hay útiles de oficina de disímiles formas y matices. Lápices, carpetas, presillas, tinteros... También una agenda repleta de anotaciones. Y fotos antiguas bajo el cristal. Y un par de credenciales de eventos recientes. Y papeles, innúmeros papeles, ¡muchísimos papeles! Algunos llevan el sello inconfundible de su caligrafía. Otros salieron del rodillo de su vetusta máquina Rémington, con la cual lleva más de medio siglo de intimidad intelectual.
─Yo nací el 4 de diciembre de 1918 en el antiguo central Santa Lucía, que hoy se llama Rafael Freyre, en la provincia de Holguín ─dice Pedro Osmundo Verdecie Pérez, ese monumento a la cultura, al civismo y a la abogacía de esta oriental provincia─. Vine con mis padres a la antigua Victoria de Las Tunas en el año 1923. Pero estoy inscripto aquí, ¿eh? De manera que no soy tunero por adopción. ¡Soy tunero cien por cien!
El doctor Pedrito ─así le dicen por acá─ me invita a pasar a su despacho doméstico («el lugar de la casa donde más me gusta estar»). Un sitio donde el saber emerge por todas partes, ya en las paredes cubiertas de libreros con títulos de todo tipo, ya en los reconocimientos que cuelgan de sus clavos... ¿Autores? Variados: Ingenieros, Montesquieu, Marx, Platón, Cervantes, Kant, Baudelaire, Carpentier, Ortega... A la izquierda, afiches de Marinello y el Che. Una caja fuerte de combinación ocupa un ángulo. Tal vez allí guarde celosamente el diario personal que lleva desde hace más de 30 años. O algún documento inédito que cualquier día arrojará luz sobre quién sabe qué asunto por investigar. Y libros de Derecho, Poesía, Lógica, Ciencias, Oratoria, Filosofía, Historia... Y Martí. ¡Mucho Martí! Se reclina en su poltrona y comienza a evocar el pasado.
─Nos establecimos aquí en tiempos de las Vacas Flacas ─recuerda─. Eran años muy difíciles. Yo cursé la escuela pública hasta el quinto grado. Después me preparé en Taquigrafía e Inglés. Mi padre no tenía recursos para pagarme instrucción más elevada. Pero encontré una alternativa: trabajar por la mañana y estudiar bachillerato por cuenta propia por la tarde. Cuando eso se había recién fundado el Instituto de Segunda Enseñanza de Holguín. De allá venían profesores a aplicarnos las pruebas. En dos cursos hice lo que debía hacer en cuatro.
El doctor Pedrito recuerda que por aquella época su padre se dedicaba a fabricar estribos de monturas («los cuales yo salía a vender en guaguas desde Palma Soriano hasta Ciego de Ávila»). Me muestra un par de ejemplares que conserva como entrañables reliquias de familia. Son el testimonio de una etapa difícil y dura de sortear. No obstante, su interés por la superación hizo que no se conformara con el pergamino de bachiller solamente. Y, gestionando por aquí y por allá, consiguió un ingreso gratis en la Universidad de La Habana, el único centro de educación superior que existía en la Cuba de entonces.
─Matriculé Derecho. Iba nada más a hacer los exámenes, pues se trataba de cursos libres. Imagínate el esfuerzo que hice. El 15 de diciembre de 1945 me presenté al último. Completé la carrera en cinco años y me tutulé de Doctor en Leyes, firmado por el entonces rector, don Clemente Inclán. Todavía tengo guardados textos de esa etapa de mi vida.
Lector voraz, asegura agradecerle ese buen hábito a su padre y a una maestra paradigmática: Celsa Bello de Orive. «Cuando yo tenía 10 años, papá me compró un folleto titulado Código de moral infantil que fue un gran descubrimiento para mí ─rememora─. Constituyó una de mis primeras lecturas serias. En cuanto a mi maestra, tenía una buena biblioteca y me sugería libros para leer en casa. Recuerdo cuánto me impactó Corazón, de Edmundo de Amiscis. También textos de Historia, de Ciencias...»
Ya recibido de abogado comenzó a trabajar en el Ayuntamiento Municipal como secretario de administración. ¡Con cuánta entrega y honradez ejerció esa función! En 1956 se hizo notario público. Y esto que viene ahora es con usted, lector tunero: interrumpa por un momento la lectura y pregúntele a sus progenitores: «mamá, papá, ¿qué notario los casó a ustedes?» Tal vez le respondan: «el doctor Pedro Verdecie». En efecto, según Pedrito, tuvo la suerte de desposar a más de cuatro mil parejas tuneras durante varias décadas. ¡Cuántos recuerdos guarda al respecto!
─En el orden intelectual, hice también mucho periodismo. En la prensa local colaboré en varias publicaciones: La Lucha, La Razón, Verdad, El Veterano, El Eco de Tunas... Escribía, fundamentalmente, sobre temas históricos, cívicos, patrióticos y citadinos. Aquí fundé la primera Cátedra Martiana hace más de 50 años. También la biblioteca pública, que es la actual provincial, el 28 de enero de 1951. Tuve el privilegio de conocer a personalidades de gran renombre, como Eddy Chibás, Juan Marinello, Navarro Luna, Jorge Mañach... ¿Mi documento más preciado? El Ismaelillo martiano, que me publicó la editorial Sanlope, de aquí de Las Tunas.
Su casa es destino obligado de estudiantes y de investigadores en menesteres de consultas. Y si es en períodos de tesis... «Doctor Pedrito, ¿tiene usted por ahí algo de cuándo y cómo se inauguró el monumento a Capdevila del parque Vicente García?» Y, al momento, viene con una referencia escrita acerca del suceso. «Doctor Pedrito, ¿en qué circunstancias se fundó Proarte aquí en la ciudad?» Y le ofrece toda una disertación verbal sobre el asunto. «Doctor Pedrito, ¿es cierto que Libertad Lamarque cantó una vez en el antiguo Teatro Rivera?» Y tal vez lo confirme con la cartelera de la ocasión.
Desde hace más de cuatro décadas, cada vez que se corta una cinta para inaugurar un sitio público en la ciudad, él pide un pedacito para guardarlo. Es su manera nostálgica de aprehender el pasado. También archiva revistas, periódicos, folletos, trabajos de concursos... Cuando llegó a los 40 años de ejercicio profesional, personas que lo quieren montaron una exposición con papelería suya. A él le prendieron de la solapa una medalla para que nunca olvidara aquel momento. Le han conferido honrosos reconocimientos: Orden Nacional Frank País, Distinción Félix Elmusa, Medalla de la Alfabetización, Medalla Enrique Hart Dávalos...
─Pero nada de eso es tan importante para mí como el cariño de la gente que me rodea ─asegura─. Por eso moriré satisfecho cuando me toque. Si naciera de nuevo, volvería a ser como soy. Mi vida ha sido mi familia, la ciudad y los libros. Y sentirme útil. Reconforta muchísimo saber que uno ha contribuido en algo a conservar la historia de esta villa que ya tiene más de 200 años de fundada. Y te digo una cosa de todo corazón: siento un júbilo interior indescriptible, una alegría de persona realizada, cuando alguien se me acerca para indagar sobre sabe Dios qué asunto y me dice sencillamente, sin más acá ni más allá: «Oiga, doctor Pedrito...».