lunes, 13 de agosto de 2018


La madrugada del 13 de agosto de 1926 fue de intenso ajetreo en la casa de la familia Castro Ruz, en Birán, un pequeño poblado de la cubana provincia de Holguín.
Los dolores de parto se intensificaban y todo estaba listo, para que doña Lina trajera a mundo un nuevo hijo.
Así vio la luz, quien con el tiempo, se convertiría en uno de los grandes hombres de la historia de Cuba y el mundo.
Aquel caluroso viernes, nacía un niño, que sus padres bautizaron con el nombre de Fidel Alejandro Castro Ruz. 
Ninguno de los que asistieron al momento sublime de ese parto, que lo vieron crecer, estudiar y jugar durante su infancia, podían imaginar, que años más tarde, desarrollaría aptitudes excepcionales como estudiante,  deportista y aglutinador.
Pero, todos los que compartieron con él los juegos infantiles, el aula de la escuelita rural, las caminatas y otras actividades, tenían la certeza de que estaban en presencia de una persona excepcional.
Años después ingresaría en un colegio religioso de Santiago de Cuba, donde venció el riguroso programa de estudio y con su título de Bachiller, partió hacia La Habana, para matricular en la Universidad.
En el centro de altos estudios, conocería nuevos compañeros, ocuparía responsabilidades, se adentraría en los avatares de la intensa vida política del país y se graduaba como Doctor en Derecho.
Años después diría, que fue en esa universidad donde se formó como un verdadero revolucionario. 
No saldría,  como otros, a defender intereses de los grandes consorcios ni a connotados magnates criollos, sino para servir a los más humildes y luchar por ellos.
Había nacido el Fidel del Moncada, de la prisión, del exilio fecundo,  el de la expedición del Granma, la lucha victoriosa en las montañas orientales y el de la construcción de una Cuba nueva, martiana y socialista.
Surgieron nuevos 13 de agosto en la vida de Fidel. Nacieron millones de compatriotas, que le creyeron y siguieron su ejemplo.
Y volvió a nacer aquel día de diciembre de 2016, cuando sus cenizas fueron colocadas para siempre, cerca de Martí, Céspedes, Mariana y otros próceres de la Revolución Cubana.
Si en una ocasión nos dijo, que en el pueblo había muchos Camilo, hoy podemos afirmar, que en nuestro pueblo hay muchos Fidel, porque millones de gargantas lo reafirmaron en los dolorosos momentos de su deceso:   ¡“Yo soy Fidel”!.   
Por: Luís M. Quesada Kindelán. 

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